03 octubre 2006

En campaña

“Alrededor de 29.000 jóvenes españoles entre 14 y 18 años admiten fumar porros todos los días y casi 6.000 consumen cocaína a diario, según ha explicado hoy la ministra de Sanidad, Elena Salgado, durante la presentación de la nueva campaña publicitaria Drogas: hay trenes que es mejor no coger, dirigida a sensibilizar a la población más joven sobre los riesgos que acarrea el consumo de estas sustancias. Salgado ha destacado el incremento "extraordinario" del número de consumidores de cocaína y cannabis en España -similar al resto de la Unión Europea-, sobre todo los más jóvenes, entre 1995 y 2003. Precisamente el cannabis es la droga ilegal más consumida en España, con un incremento del 50% en ocho años. El 10% de los chicos de 14 años y el 35,7% de los de 18 años lo ha consumido en el último mes. En cuanto a la cocaína, el consumo prácticamente se ha cuadriplicado en la última década y alcanza al 7,2% de los adolescentes.”

El País, 03/10/2006

Vamos a ver: En los últimos tiempos –desde que yo recuerde, en realidad- NUNCA ha dejado de haber campañas de propaganda contra el consumo de droga. Cada vez más sofisticadas. Y aún así, nos dice la ministra que en ocho años el consumo de porros ha subido un 50%. Entonces, me planteo algunas preguntas:

- ¿son las campañas de propaganda eficaces o contraproducentes?. ¿No sirven, más bien, para engordar los ingresos de las agencias de publicidad?. Eso si, dan trabajo a toda esa pléyade de profesionales del sector –jovenes modernos, deshinibidos, supercool- que aterrizan los fines de semana en mi barrio –montados en sus tremendos 4x4- para ponerse ciegos de alcohol y cannabis (y otras sustancias estupefacientes) y acabar meando en la puerta de mi casa. La publicidad –y su hermana gemela, la propaganda- han sido muy desacreditadas desde que yo recuerde, desde que Omo lavaba más blanco y Calmante Vitaminado nos procuraba una vida feliz sin dolor. Tras las primeras decepciones de la infancia, al comprobar el insalvable abismo entre la dura realidad y la ficción publicitaria, uno llega a una triste conclusión: Todo lo que dicen los anuncios es mentira. Ese es el oculto mensaje que prevalece en la mente del joven receptáculo de la campaña ministerial.

- También el consumo de alcohol ha crecido exponencialmente entre los críos en la última década. A pesar de que nunca como ahora ha estado restringido su acceso a los adolescentes. Cuando yo tenía siete u ocho años, me mandaba mi abuela a la bodega a comprar tinto –y me daba una copa de vino quina “La Monja” antes de cada comida. Cosas que hoy se considerarían casi perversas. Digamos que aprendí a beber pausadamente y sin sentimientos de culpa. En ocasiones me he podido emborrachar, sobre todo durante la negra temporada de mi servicio a la Patria, pero sin hacer del alcohol ese pasatiempo compulsivo que parece atraer a tantos botellonistas. Con ésto no pretendo ponerme de ejemplo: Simplemente me pregunto si las prohibiciones sirven para algo. Si no es mejor educar, convencer, explicar las razones por las que no se debe hacer determinadas cosas, poner límites, un poco de sensatez, un poco de saludable ética ciudadana que sirva de colchón entre la rígida represión de una sociedad hipócrita y el nihilismo autodestructivo de los adolescentes.

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