20 diciembre 2007

Jueves 20 de diciembre de 2007


Como cada año, comienzo la temporada navideña proponiéndome firmemente ser una cámara y sólo una cámara. Limitarme al mínimo esfuerzo. Recluirme, aislarme, ponerme en cuarentena.

Música –preferiblemente barroco, arias de Mozart, el Eno más oscuro- y un buen libro: Las Benévolas, de Jonathan Littell. 991 páginas. Absorbente y desolador. Y, de forma extraña, un consuelo: Puedes comparar tus mediocres problemas cotidianos con los problemas de verdad. ¿Mucho trabajo, stress, tráfico imposible, tu jefe es un imbécil, tienes la nevera con telarañas, nunca acabas de poner lavadoras? Eso no es nada, chaval, ¡mira lo que les pasaba a los soldados del VI ejército en Stalingrado!. Por no hablar del trato dado a los judíos. Die Endlösung der Judenfrage.

Pero van pasando los días y recibo crismas y pago aguinaldos y tengo que ser amable y dicharachero con todo el mundo. ¡Feliz Navidaz, señora! ¡Felices Fiestas, caballero!. Y llego a casa de mala leche y mi mal humor lo paga el pobre Alfonso en forma de autismo monosilábico.

Y hoy llega la gota que colma el vaso: Comida de Navidad con los (escasos) compañeros de la oficina. Local modernito en la mejor zona del Madrid Corporativo. La inepta de mi jefa, su amigo del alma, la niñata sexibum y un servidor. Fraudulento exotismo alimentario, conversación estúpida, prolongada innecesariamente tras los cafés. ¡Diosantoybendito! Tengo cerca de cincuenta años, estoy mayor, cansado. ¿Necesito realmente ser simpático, hacer el paripé con gente a quien le importa un rábano si estoy vivo o muerto?

Tras el evento, una lluvia ligera y más de una hora de atasco por Castellana para volver a casa.

Pero llega Alfonso y me salva el día con un regalo: ha pasado a dvd las cintas de video de nuestro viaje a los EE.UU., hace ya diez años. California, Gran Cañón, Las Vegas. Esas cosas que merecen la pena vivir. Gracias.