Aunque ya parece que se van apagando los rescoldos de la hoguera, la crisis de las caricaturas de Mahoma me sigue dando que pensar. En el conflicto teórico entre la libertad de expresión y el respeto a las creencias religiosas, no tengo dudas: Debe primar siempre la libertad de prensa. De otra forma, Voltaire hubiera pasado su vida en la cárcel y Darwin no hubiera podido publicar "El origen de las especies". Toda opinión puede molestar a alguien, toda manifestación del pensamiento puede ofender a alguna de las muchas creencias religiosas que en el mundo existen. Entonces, ¿debemos mantener la boca cerrada, no sea que alguien se vaya a molestar?. Francamente, a mi me ofenden bastante, tanto las encíclicas del Santo Padre como las fatwas del Imán de Teherán. Como afirma Paolo Flores D’Arcais en su artículo de hoy en El País,
"Mi libertad tiene sus límites en la tuya. Gran verdad. En tu libertad, no en tu susceptibilidad. Yo me mofo de tu fe, no te prohíbo el practicarla. Tú eres libre para mofarte de la mía, no para prohibirme la manifestación de mis convicciones, entre las que se cuenta la de considerar la religión como una superstición a la altura de la astrología, o del tarot (aunque más peligrosa, históricamente hablando)".
Aclarado este punto, hay que reconocer que en todo este asunto es difícil discriminar entre buenos y malos. Hay ingenuidad de unos y malicia de otros, mucho oportunismo y mucha manipulación. La publicación de las viñetas por el periódico danés tenía su punto de provocación. La respuesta lógica y sensata de los musulmanes de Dinamarca hubiera sido acudir a los tribunales. Tres meses después de la supuesta blasfemia y coincidiendo con el resurgir de las aspiraciones nucleares de Irán, surge una campaña global de protestas violentas en el mundo islámico. El chivo expiatorio es Europa y lo que Europa puede representar: Libertad y prosperidad alcanzadas mediante procesos de negociación. Venus comercial y diplomática frente al Marte militar americano (Robert Kagan dixit).
Entretanto, los jeques de la morisma y algunos europeos distinguidos se empeñan en seguir echando leña al fuego; Los autoprofetas del choque de civilizaciones aplauden, contentísimos. Como en una novela de Agatha Christie, para encontrar al asesino deberíamos preguntarnos: ¿A quién beneficia el crimen?
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