Lunes 8 de septiembre. La ***** de mi jefa me ha hecho trabajar este lunes en medio de un puente. Salgo a las tres en punto, paso por casa, recojo las maletas y taxi a Barajas. Allí me reúno con Alfonso y embarcamos en un vuelo de Iberia con destino Frankfurt, nuestra primera escala. Hacemos noche en un hotel Holiday Inn cerca del aeropuerto.
Martes, 9 de septiembre. Nos levantamos temprano para dar un rápido paseo por el centro de la ciudad, que parece muy moderna y cosmopolita (no en vano es el corazón financiero de la Eurozona). Un café cerca de la ópera y taxi al aeropuerto. Como nos aburrimos esperando el embarque, nos sentamos en la cafetería y pedimos unas super-cervezas y un plato de salchichas surtidas con puré de patata y chucrut, lo que me produce un intenso deseo de vacaciones gastronómicas en Alemania. Luego subimos al vuelo de Vietnam Airlines. Avión grande, moderno y relatívamente cómodo (todo lo cómodo que pueden resultar 11 horas en clase turista).
Miércoles, 10 de septiembre. Llegamos al aeropuerto de Hanoi a las 06:20 h. Estamos agotados y todavía hemos de pasar por una serie de trámites absurdos para conseguir el visado de entrada (en Madrid sólo te proporcionan un pre-visado, una especie de carta de presentación). Después de abonar unos cuantos dólares y entregar una foto tamaño carnet, nuestros pasaportes son revisados y matasellados por una hilera de hasta 8 funcionarios. Estamos en la República Socialista de Vietnam.
Hemos contratado –a través de una agencia mayorista española- un servicio de transporte para movernos por el país sin problemas según la ruta prevista. No sale nada caro y ahorramos tiempo y preocupaciones. Así que a la salida del aeropuerto nos espera una furgoneta para llevarnos a la ciudad, que esta a unos 25 kms.
La primera impresión que nos produce el país es el guirigay de motos y bicicletas por la autopista. Se adelantan unas a otras utilizando sin cortarse lo más mínimo el carril izquierdo, pero también pueden ir en grupos de tres o cuatro al mismo ritmo, en animada charla y paralizando el trafico. Entonces, los escasos coches y camiones que intentan atravesar el enjambre de dos ruedas tocan el claxon (pabú, pabú). Los de las motos también (mec, mec). Y los de las bicis se unen al concierto con sus alegres timbres (ring, ring). Y ya tenemos el sonido ambiente de esta bonita tierra.
Otra cosa que llama bastante la atención es la indumentaria de motoristas y ciclistas. Está bastante extendido el uso de casco -hay campañas del gobierno a favor- pero otra cosa es lo que los vietnamitas consideren “casco”. Puede oscilar desde el clásico sombrero cónico de chinito de los de toda la vida (curioso, en China no vi ninguno pero aquí son muy populares) hasta la pamela rosa de fantasía, pasando por el siempre elegante salakof. Cuando llevan un casco de los de verdad parecen la hormiga atómica, pues suelen ser algo escuchimizados. Por otra parte, casi todos llevan mascarillas cubriéndose boca y nariz –por la contaminación- y las chicas visten manga larga o bien unos guantes hasta más arriba del codo que les protegen del sol.
Hace muchísimo calor, más de 30 grados con una humedad tremenda que se te pega al cuerpo. Pero el cielo está cubierto de nubarrones negros de modo que, desde dentro del coche y con el aire acondicionado a tope, parece pleno invierno en España. El paisaje resulta familiar: Arrozales, campos cultivados con frutales, alguna palmera, grandes polígonos industriales. Un poco como Valencia.
Llegamos a nuestro hotel (Meliá Hanoi, mucho lujo y mucho mármol, lleno de turistas españoles) y nos encontramos con que no podemos disponer de la habitación hasta las 11 h., así que dejamos los trastos en recepción y salimos a dar una vuelta. Lo primero que hacemos es entrar a un banco para cambiar nuestros dólares por dongs vietnamitas. Hay muchísimos bancos (vietnamitas y también internacionales) y cajeros automáticos en todas partes, así que el tema dinero y cambio no representa ningún problema. Se ve que han pasado rápidamente del Vietcong al Vietcombank. Lo que si resulta algo complicado es acostumbrarse a los billetes. Los nuevos son como de plástico y, con tantos ceros uno se hace un lío. 10.000 dong son como sesenta céntimos de euro y 500.000 vienen a ser 30 Eur. Apenas circulan monedas.
A continuación experimentamos uno de los principales inconvenientes del país: Andar por la calle resulta un ejercicio difícil y casi siempre desagradable. Todos esos bulevares -que tan bien diseñaron los urbanistas franceses de la colonia- tienen hermosas aceras que suelen estar ocupadas por: 1) Aparcamientos de motos y bicicletas; 2) Extensión de los comercios de turno con almacén y exposición de productos; y 3) Comedor y sala de estar del pueblo vietnamita en general. Así que si no quieres ir sorteando mobilettes ni meter la pata sobre el cuenco de sopa de algún ciudadano, deberás caminar por la calzada con el consiguiente peligro de ser arrollado. En cuanto al sofisticado arte de Cruzar la Calle, dejo su explicación para más adelante.
Llegamos así hasta la catedral católica, tomamos un café en una calle repleta de tiendas y sacamos entradas para el teatro de marionetas sobre el agua, una de las atracciones turísticas más populares de la ciudad. Luego paseamos alrededor del lago de la Espada Restituida (Hoan Kiem) y el pequeño templo de la Montaña de Jade (Ngoc Son), centro histórico de la ciudad. El lago está asociado a una leyenda: El mítico rey vietnamita Le Loi, instaurador de la independencia nacional, venció a los enemigos chinos usando la espada mágica Thuận Thiên (Voluntad del Cielo), proporcionada por un dios local y sacada del lago por un pescador. Después de la victoria, el rey paseaba en barca por el lago cuando se le apareció un genio en forma de tortuga. El animalito le exigió la devolución de la espada a su legítimo dueño; El rey no estaba muy de acuerdo, así que la tortuga le arrebató el arma y se hundió en el agua para siempre. Es una historia parecida a la del rey Arturo: La espada mágica como fuente del poder y de la legitimidad del rey.
Seguimos el paseo por el barrio francés: Sorprende el hermoso edificio de la Ópera, a imagen y semejanza de la de París. También destaca el elegante –y carísimo- Hotel Metropole. Ya muy cansados y comidos por los mosquitos, volvemos a nuestro hotel para una breve siesta.
Más repuestos y bien embadurnados con Relec, salimos a eso de las tres de la tarde y tomamos unos pho (el plato más popular, una especie de sopa de fideos de arroz con muchas hierbas distintas, verduras y carne o pescado, algo realmente exquisito) en un restaurante cercano. Paseamos después hasta el mausoleo de Ho Chi Minh, del mismo estilo soviético-triunfalista que los de Lenin o Mao. Pero para llegar hasta allí pasamos por el barrio de las embajadas, lleno de parques y árboles gigantes. Las representaciones diplomáticas ocupan bonitos chalets de arquitectura occidental, muchos de ellos podrían estar en Biarritz o en la Colonia del Viso. Seguimos hacia la antigua ciudadela imperial, cerrada al público durante años por obras de reconstrucción. Paramos en la terraza café Highlands, junto al museo de Historia Militar, un sitio muy agradable para probar el excelente café vietnamita. Como es un poco tarde y no quiero perder el sueño, pruebo un zumo de lima. Público mezclado de vietnamitas pijos y occidentales.
Volvemos hasta el lago a la hora del anochecer. Gente que pasea, grupos de Tai Chi. Muchos chicos sólos con el torso desnudo, como haciendo la carrera. Las guías dicen que existe mucha prostitución masculina –y que resulta bastante peligrosa, además. Cenamos en el restaurante Café Au Lac, muy recomendable por cocina y precios. Rollitos nem, cerdo con gengibre y gambas fritas con salsa de mango. Todo buenísimo. Con cervezas y agua, todo unos 11 euros.
Martes, 9 de septiembre. Nos levantamos temprano para dar un rápido paseo por el centro de la ciudad, que parece muy moderna y cosmopolita (no en vano es el corazón financiero de la Eurozona). Un café cerca de la ópera y taxi al aeropuerto. Como nos aburrimos esperando el embarque, nos sentamos en la cafetería y pedimos unas super-cervezas y un plato de salchichas surtidas con puré de patata y chucrut, lo que me produce un intenso deseo de vacaciones gastronómicas en Alemania. Luego subimos al vuelo de Vietnam Airlines. Avión grande, moderno y relatívamente cómodo (todo lo cómodo que pueden resultar 11 horas en clase turista).
Miércoles, 10 de septiembre. Llegamos al aeropuerto de Hanoi a las 06:20 h. Estamos agotados y todavía hemos de pasar por una serie de trámites absurdos para conseguir el visado de entrada (en Madrid sólo te proporcionan un pre-visado, una especie de carta de presentación). Después de abonar unos cuantos dólares y entregar una foto tamaño carnet, nuestros pasaportes son revisados y matasellados por una hilera de hasta 8 funcionarios. Estamos en la República Socialista de Vietnam.
Hemos contratado –a través de una agencia mayorista española- un servicio de transporte para movernos por el país sin problemas según la ruta prevista. No sale nada caro y ahorramos tiempo y preocupaciones. Así que a la salida del aeropuerto nos espera una furgoneta para llevarnos a la ciudad, que esta a unos 25 kms.
La primera impresión que nos produce el país es el guirigay de motos y bicicletas por la autopista. Se adelantan unas a otras utilizando sin cortarse lo más mínimo el carril izquierdo, pero también pueden ir en grupos de tres o cuatro al mismo ritmo, en animada charla y paralizando el trafico. Entonces, los escasos coches y camiones que intentan atravesar el enjambre de dos ruedas tocan el claxon (pabú, pabú). Los de las motos también (mec, mec). Y los de las bicis se unen al concierto con sus alegres timbres (ring, ring). Y ya tenemos el sonido ambiente de esta bonita tierra.
Otra cosa que llama bastante la atención es la indumentaria de motoristas y ciclistas. Está bastante extendido el uso de casco -hay campañas del gobierno a favor- pero otra cosa es lo que los vietnamitas consideren “casco”. Puede oscilar desde el clásico sombrero cónico de chinito de los de toda la vida (curioso, en China no vi ninguno pero aquí son muy populares) hasta la pamela rosa de fantasía, pasando por el siempre elegante salakof. Cuando llevan un casco de los de verdad parecen la hormiga atómica, pues suelen ser algo escuchimizados. Por otra parte, casi todos llevan mascarillas cubriéndose boca y nariz –por la contaminación- y las chicas visten manga larga o bien unos guantes hasta más arriba del codo que les protegen del sol.
Hace muchísimo calor, más de 30 grados con una humedad tremenda que se te pega al cuerpo. Pero el cielo está cubierto de nubarrones negros de modo que, desde dentro del coche y con el aire acondicionado a tope, parece pleno invierno en España. El paisaje resulta familiar: Arrozales, campos cultivados con frutales, alguna palmera, grandes polígonos industriales. Un poco como Valencia.
Llegamos a nuestro hotel (Meliá Hanoi, mucho lujo y mucho mármol, lleno de turistas españoles) y nos encontramos con que no podemos disponer de la habitación hasta las 11 h., así que dejamos los trastos en recepción y salimos a dar una vuelta. Lo primero que hacemos es entrar a un banco para cambiar nuestros dólares por dongs vietnamitas. Hay muchísimos bancos (vietnamitas y también internacionales) y cajeros automáticos en todas partes, así que el tema dinero y cambio no representa ningún problema. Se ve que han pasado rápidamente del Vietcong al Vietcombank. Lo que si resulta algo complicado es acostumbrarse a los billetes. Los nuevos son como de plástico y, con tantos ceros uno se hace un lío. 10.000 dong son como sesenta céntimos de euro y 500.000 vienen a ser 30 Eur. Apenas circulan monedas.
A continuación experimentamos uno de los principales inconvenientes del país: Andar por la calle resulta un ejercicio difícil y casi siempre desagradable. Todos esos bulevares -que tan bien diseñaron los urbanistas franceses de la colonia- tienen hermosas aceras que suelen estar ocupadas por: 1) Aparcamientos de motos y bicicletas; 2) Extensión de los comercios de turno con almacén y exposición de productos; y 3) Comedor y sala de estar del pueblo vietnamita en general. Así que si no quieres ir sorteando mobilettes ni meter la pata sobre el cuenco de sopa de algún ciudadano, deberás caminar por la calzada con el consiguiente peligro de ser arrollado. En cuanto al sofisticado arte de Cruzar la Calle, dejo su explicación para más adelante.
Llegamos así hasta la catedral católica, tomamos un café en una calle repleta de tiendas y sacamos entradas para el teatro de marionetas sobre el agua, una de las atracciones turísticas más populares de la ciudad. Luego paseamos alrededor del lago de la Espada Restituida (Hoan Kiem) y el pequeño templo de la Montaña de Jade (Ngoc Son), centro histórico de la ciudad. El lago está asociado a una leyenda: El mítico rey vietnamita Le Loi, instaurador de la independencia nacional, venció a los enemigos chinos usando la espada mágica Thuận Thiên (Voluntad del Cielo), proporcionada por un dios local y sacada del lago por un pescador. Después de la victoria, el rey paseaba en barca por el lago cuando se le apareció un genio en forma de tortuga. El animalito le exigió la devolución de la espada a su legítimo dueño; El rey no estaba muy de acuerdo, así que la tortuga le arrebató el arma y se hundió en el agua para siempre. Es una historia parecida a la del rey Arturo: La espada mágica como fuente del poder y de la legitimidad del rey.
Seguimos el paseo por el barrio francés: Sorprende el hermoso edificio de la Ópera, a imagen y semejanza de la de París. También destaca el elegante –y carísimo- Hotel Metropole. Ya muy cansados y comidos por los mosquitos, volvemos a nuestro hotel para una breve siesta.
Más repuestos y bien embadurnados con Relec, salimos a eso de las tres de la tarde y tomamos unos pho (el plato más popular, una especie de sopa de fideos de arroz con muchas hierbas distintas, verduras y carne o pescado, algo realmente exquisito) en un restaurante cercano. Paseamos después hasta el mausoleo de Ho Chi Minh, del mismo estilo soviético-triunfalista que los de Lenin o Mao. Pero para llegar hasta allí pasamos por el barrio de las embajadas, lleno de parques y árboles gigantes. Las representaciones diplomáticas ocupan bonitos chalets de arquitectura occidental, muchos de ellos podrían estar en Biarritz o en la Colonia del Viso. Seguimos hacia la antigua ciudadela imperial, cerrada al público durante años por obras de reconstrucción. Paramos en la terraza café Highlands, junto al museo de Historia Militar, un sitio muy agradable para probar el excelente café vietnamita. Como es un poco tarde y no quiero perder el sueño, pruebo un zumo de lima. Público mezclado de vietnamitas pijos y occidentales.
Volvemos hasta el lago a la hora del anochecer. Gente que pasea, grupos de Tai Chi. Muchos chicos sólos con el torso desnudo, como haciendo la carrera. Las guías dicen que existe mucha prostitución masculina –y que resulta bastante peligrosa, además. Cenamos en el restaurante Café Au Lac, muy recomendable por cocina y precios. Rollitos nem, cerdo con gengibre y gambas fritas con salsa de mango. Todo buenísimo. Con cervezas y agua, todo unos 11 euros.
6 comentarios:
es una ciudad muy bonita
lo de que hubiera tantos bancos te hacía sentirte como en casa, a que sí?, jeje!
Cuando menos... exótico. Madre mía que cantidades de vértigo en los billetes. ¿No sería más fácil quitarles los 0?.
pero cómo se lo montan algunos! mientras el país se hunde, ale! de viaje colonial... ;)
sí, envidia cochina...
Podían haberse ahorrado una guerra terrible, total para acabar en el capitalismo puro y duro.
Muy interesante. Esas comidas exóticas han de resultar deliciosas y el edificio de la Ópera te traslada a la época colonial. ¿Peligrosos los del torso desnudo? Baah y encima la tienen pequeña.
Atinado comentario de Javier que me antecede. Espero con avidez más entregas.....
Saludos.
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