Viernes 12 de septiembre. A las 8 en punto nos recoge en el hotel una furgoneta que nos llevará a la costa, a la ciudad de Ha Long, para embarcarnos en un mini-crucero por la bahía del mismo nombre. No está lejos de Hanoi, pero el viaje dura cerca de cuatro horas, pues las carreteras tienen el mismo tráfico de motos, bicis y viejas con balancín que domina el centro de la ciudad. A mitad de camino, nuestro conductor hace una parada con el pretexto de hacer pis y tomar café. El lugar es uno de esos típicos hipermercados del souvenir para turistas: Venden cientos de productos de artesanía horrorosa con el pretexto de ayudar a los discapacitados, pobres víctimas de la guerra imperialista. Ideal para americanos con complejo de culpa que deseen decorar su casa de Arkansas con valiosas muestras de arte exótico. Hacemos pis, tomamos café y admiramos los jarrones. Pero no compramos nada.
Por fin llegamos al complejo de Ha Long y al embarcadero desde donde salen los juncos turísticos –en realidad son barcos modernos a motor y con aire acondicionado en los camarotes, cosa que se agradece bastante. Tenemos una pequeña bronca: En el hiperactivo programa del crucero –además de masajes, cocktail-party, happy hour y clases de tai chi- existe la posibilidad de apuntarse a una excursión en kayak a una caverna típica. Un estrés. A Alfonso le apetece, pero yo me niego en redondo a hacer el ridículo montando en una canoa de esquimales para ver algo similar a las cuevas del Drac. Alfonso se cabrea, yo le digo que haga lo que le dé la gana pero que me deje en paz con el kayak.
La tormenta pasa en cuanto empezamos a navegar. Hace muchísimo calor, pero el paisaje es espectacular y, por suerte, hay muy poca gente en el barco, sólo nosotros y una familia australiana (que rápidamente se apunta al kayak). Después de un abundante y rico almuerzo descansamos un poco hasta llegar a la isla de Titop o Titov, llamada así en honor al cosmonauta ruso, segundo ser humano que orbitó en el espacio tras Yuri Gagarin. Entonces los australianos se van a remar y nosotros subimos dando un paseo hasta lo alto del monte (the top of Titop). Desde allí se contempla una fascinante vista panorámica del paisaje extraño, onírico, de Ha Long. Hago muchas fotos y contemplamos el ocaso del sol tras las nubes.
Cuando bajamos a la playa están celebrando una especie de festival de la canción infantil, con canciones propias de críos y otras de marcado carácter patriótico-comecocos. Volvemos al barco. Ducha y cervecitas (marca Tiger) en la cubierta superior, ya de noche. Luego cena bufé y a la cama temprano.
2 comentarios:
...bienvenido...
así que te has ido a Indochina cual catherine deneuve, qué suerte...
las fotos chulísimas.
tú no te vas a la vuelta de la esquina, no.
un abrazo.
Te sigo en cada entrega... estaba esperando a Angkor para comentar, pero ya no me resisto...
Las fotos muy chulas, la verdad.
Por cierto, que he abierto otro blog para los viajes, por si te apetece visitarlo.
Bss
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