Lo primero que llama la atención de la obra recién acabada es el estudiado diseño de paisajística urbana. Los señores del excelentísimo ayuntamiento han pensado en todas las necesidades de la vida moderna, especialmente en los vehículos de dos y cuatro ruedas. También la imprescindible publicidad ha encontrado acomodo en el nuevo espacio. Una pena que el turista -o el simple paseante de su propia ciudad- tenga que hacer virguerías si quiere tomar alguna vista del Congreso…
…o de la plaza de Neptuno desde el costado del hotel Palace.
En la plaza de las Cortes la obra está aún por terminar, pero ya se aprecia el inequívoco estilo Gallardón: Concienciado con el cambio climático, nuestro alcalde ha decidido eliminar cualquier rastro de ajardinamiento y lo ha sustituido por duro granito jaspeado -apariencia inocente que oculta cuarzo, mica y feldespato.
Eso si, se ha tapado la antigua salida del parking (era un horror) con una especie de homenaje en piedra a la tumba de Lenin. Y hasta el cruce de la carrera de San Jerónimo con la calle Cedaceros, el resto de la obra nos recuerda vagamente al invierno en Vladivostok.
Me alejo de la remodelación modélica y desemboco en la plaza de Canalejas. Mi plaza de Canalejas. Dieciocho años trabajando en uno de sus emblemáticos edificios me dan derecho a usar el posesivo. Dieciocho años viendo como se degradaba, reforma tras reforma. De centro financiero y emporio del lujo elegante a simple lugar de paso para el turismo de alcohol barato y sexo fácil que nos invade en los últimos tiempos.
Sigue repleta de artefactos inútiles, diversos cachivaches urbanos que afean la vista…
…y complicadas señales de tráfico que sólo consiguen despistar al miserable conductor que cometa el terrible error de introducirse en esa zona.
Y el cartelón que anuncia alguna obra inminente desde hace un par de años.
Y el típico socavón que se llena de agua sucia cuando llueve.
Y el bujero-papelera, tan nuestro.
Total, que me vuelvo a casa hecho un manojo de nervios. Y al llegar a mi calle encuentro…
…el punto limpio, como su propio nombre indica.
…o de la plaza de Neptuno desde el costado del hotel Palace.
En la plaza de las Cortes la obra está aún por terminar, pero ya se aprecia el inequívoco estilo Gallardón: Concienciado con el cambio climático, nuestro alcalde ha decidido eliminar cualquier rastro de ajardinamiento y lo ha sustituido por duro granito jaspeado -apariencia inocente que oculta cuarzo, mica y feldespato.
Eso si, se ha tapado la antigua salida del parking (era un horror) con una especie de homenaje en piedra a la tumba de Lenin. Y hasta el cruce de la carrera de San Jerónimo con la calle Cedaceros, el resto de la obra nos recuerda vagamente al invierno en Vladivostok.
Me alejo de la remodelación modélica y desemboco en la plaza de Canalejas. Mi plaza de Canalejas. Dieciocho años trabajando en uno de sus emblemáticos edificios me dan derecho a usar el posesivo. Dieciocho años viendo como se degradaba, reforma tras reforma. De centro financiero y emporio del lujo elegante a simple lugar de paso para el turismo de alcohol barato y sexo fácil que nos invade en los últimos tiempos.
Sigue repleta de artefactos inútiles, diversos cachivaches urbanos que afean la vista…
…y complicadas señales de tráfico que sólo consiguen despistar al miserable conductor que cometa el terrible error de introducirse en esa zona.
Y el cartelón que anuncia alguna obra inminente desde hace un par de años.
Y el típico socavón que se llena de agua sucia cuando llueve.
Y el bujero-papelera, tan nuestro.
Total, que me vuelvo a casa hecho un manojo de nervios. Y al llegar a mi calle encuentro…
…el punto limpio, como su propio nombre indica.