¿Y como me podría definir yo, politicamente?. Algo así como un conservador de izquierdas. Porque hoy en día, sólo una actitud de izquierdas se corresponde con los valores conservadores de toda la vida. Que no son en absoluto, Dios, Patria, Familia, etc..., sino algo más sencillo: Dios, Patria y Familia son sólo instrumentos, ideas construídas tradicionalmente por las clases altas para preservar un orden social, un estado de cosas, un paisaje. Y ése es precisamente el valor último de un conservador de los de siempre.
Desde el final de la II Guerra Mundial y hasta la caída del muro de Berlín, el centro político que gobernó Europa en sus distintas versiones representaba ese valor, ese objetivo supremo de estabilidad social. La ultraderecha pretendía el retorno de los imperios, mientras la izquierda radical proponía un futuro esplendoroso basado en la previa destrucción de las estructuras sociales tradicionales. Pero sólo el centro tuvo acceso al poder: La Democracia Cristiana transigía y cambiaba todo para que nada cambiase en realidad, mientras que la Socialdemocracia gestionaba, casi siempre con éxito, cambios moderados que aseguraban la continuidad del sistema.
Pero las cosas han cambiado mucho desde el fin de la Guerra Fría. Al desvanecerse el comunismo como amenaza y contrapeso fáctico, la derecha se envalentona: adopta en su programa por una parte las consignas neoliberales de los chicos de Chcago, por otra los antiguos señuelos religiosos y nacionalistas. Quieren fabricarnos un paraíso á la mode de Singapur, a base de capitalismo salvaje y estricta gobernancia, muchas banderas y un toque de incienso. Para exclusivo beneficio de una nueva generación de horteras con Mercedes enriquecidos en la burbuja especulativa y de sus cachorros maleducados en privadas universidades gringas. Y si el mundo estalla en mil pedazos como consecuencia de su rapiña sin freno, ya se buscarán algún refugio ABQ en algún lugar selecto y privadísimo del Caribe o Polinesia.
Yo, que procedo de esa clase media alta –alta no por recursos económicos, sino por educación, cuando la educación era aún un valor considerable- que prosperó en los años de la empresa pública, la seguridad social y la regulación de los mercados, no puedo sino rechazar este programa.
Y sigo creyendo que lo mejor de nuestra sociedad se debe a las reformas emprendidas por los keynesianos, y que la armonía social se mantiene con sanidad y educación gratuitas, vacaciones pagadas y jubilaciones decentes. Y que si quitamos ésto y aceptamos el darwinismo social de la nueva derecha, pues aquí se acabó lo que se daba, se rompe la baraja y a ver que pasa.
Desde el final de la II Guerra Mundial y hasta la caída del muro de Berlín, el centro político que gobernó Europa en sus distintas versiones representaba ese valor, ese objetivo supremo de estabilidad social. La ultraderecha pretendía el retorno de los imperios, mientras la izquierda radical proponía un futuro esplendoroso basado en la previa destrucción de las estructuras sociales tradicionales. Pero sólo el centro tuvo acceso al poder: La Democracia Cristiana transigía y cambiaba todo para que nada cambiase en realidad, mientras que la Socialdemocracia gestionaba, casi siempre con éxito, cambios moderados que aseguraban la continuidad del sistema.
Pero las cosas han cambiado mucho desde el fin de la Guerra Fría. Al desvanecerse el comunismo como amenaza y contrapeso fáctico, la derecha se envalentona: adopta en su programa por una parte las consignas neoliberales de los chicos de Chcago, por otra los antiguos señuelos religiosos y nacionalistas. Quieren fabricarnos un paraíso á la mode de Singapur, a base de capitalismo salvaje y estricta gobernancia, muchas banderas y un toque de incienso. Para exclusivo beneficio de una nueva generación de horteras con Mercedes enriquecidos en la burbuja especulativa y de sus cachorros maleducados en privadas universidades gringas. Y si el mundo estalla en mil pedazos como consecuencia de su rapiña sin freno, ya se buscarán algún refugio ABQ en algún lugar selecto y privadísimo del Caribe o Polinesia.
Yo, que procedo de esa clase media alta –alta no por recursos económicos, sino por educación, cuando la educación era aún un valor considerable- que prosperó en los años de la empresa pública, la seguridad social y la regulación de los mercados, no puedo sino rechazar este programa.
Y sigo creyendo que lo mejor de nuestra sociedad se debe a las reformas emprendidas por los keynesianos, y que la armonía social se mantiene con sanidad y educación gratuitas, vacaciones pagadas y jubilaciones decentes. Y que si quitamos ésto y aceptamos el darwinismo social de la nueva derecha, pues aquí se acabó lo que se daba, se rompe la baraja y a ver que pasa.
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