Si Don Aquilino saliera a la calle, si dejara su cátedra, su oscuro despacho de muebles castellanos y crucifijo de bronce.
Si se diera un buen día un paseo por Madrid y se entretuviera mirando escaparates en la calle Fuencarral y en Hortaleza. Si tomando café contemplara distraído la flora y fauna que sube y baja por la Gran Vía, se daría cuenta.
De que la diversidad es positiva, es natural. De que no se puede –no se debe- poner etiquetas a las personas. De que la sexualidad en los seres humanos es un arco iris de opciones, no un blanco y negro cliché.
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