Tengo un cliente en el banco. Llamémosle Moncho. Por su parecido a Moncho Borrajo. Bueno, físicamente está a medio camino entre Jose María Aznar y Moncho Borrajo. Esta mañana llega a mi ventanilla con el impreso que le ha enviado la Dirección General de Tráfico. Una multa. Y quiere pagarla, en efectivo.
Discretamente, leo el texto del documento. Le han impuesto una sanción de 300 euros por conducir su BMW todo terreno a 123 km/h en donde la velocidad máxima permitida era de 60 km/h. Miro la fecha de la sanción: noviembre de 2004. Ha tenido 8 meses para pagar.
Le advierto que ya ha pasado el plazo para pagar la multa a través del banco. De hecho, intento pasar los datos por el terminal y no consigo colarlos. Tendrá que pagar en la DGT.
Me responde indignado: No piensa ir a la DGT, ya fue una vez. ¡Qué humillación! Le obligaron a hacer cola con los negros que pedían su carné de conducir.
Ignoro el comentario racista. Le sugiero entonces que ponga un giro postal a la DGT desde la oficina de Correos que tenemos a la vuelta de la esquina. No way. Él con la Administración no quiere saber nada. Le digo que no va a tener problema, la oficina de correos en cuestión funciona muy bien y los empleados son muy amables. No muy convencido, se aleja de mi ventanilla rezongando no sé qué.
Éste es el tipo de imbéciles que consigue amargarme la mañana.
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