18 septiembre 2006

La Espada y la Cruz

Dice Benedicto XVI que el Islam es una religión violenta. Y cita al emperador bizantino Manuel II Paleólogo: "Enséñame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y os encontraréis solamente cosas malas e inhumanas como su orden de difundir a través de la espada la fe que predicaba". Y en otro párafo: "Dios no se complace con la sangre, no actuar siguiendo a la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por lo tanto, quien quiera llevar a alguien hacia la fe, necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, sin violencia ni amenazas... Para convencer un alma razonable no es necesario disponer ni del propio brazo, ni de instrumentos para herir, ni de ningún medio con el que se pueda amenazar a una persona de muerte...".

Su Santidad tiene muchísima razón: la propia reacción del mundo musulmán a sus palabras ha sido la mejor demostración de la violencia implícita en el Corán. Las ideas se deben combatir con otras ideas, no quemando iglesias.

Pero falta algo, falta otra media verdad. Falta decir que el cristianismo es también una religión violenta.

En el año 385 de nuestra era, tan sólo una quinta parte de los habitantes de algunas importantes ciudades del imperio eran cristianos. A pesar de que ya entonces era la religión oficial del estado. Pero entonces se prohibió cualquier otro culto y se persiguió a sangre y a fuego al pagano. Ni rastro de Isis, ni rastro de Afrodita, nada de druidas.

El jueves 27 de noviembre de 1095, el Papa Urbano II proclamó, al grito de “¡Dios lo quiere!”, la primera cruzada (1096-1099). En junio de 1099, los cruzados sitiaron Jerusalén, que cayó en sus manos el 15 de julio. En la conquista los cruzados realizaron una terrible matanza, que no respetó a judíos ni a musulmanes, mujeres o niños. Las cruzadas se repitieron y prolongaron mediante la violencia el dominio latino de Tierra Santa hasta finales del siglo XIII.

A principios del siglo XIII, los cátaros o albigenses se habían hecho muy populares en el Languedoc. Denunciaban la corrupción de la iglesia católica, practicaban un estilo de vida más sencillo y cercano al pueblo. Defendían la autonomía de los príncipes provenzales frente al papado y frente al rey de Francia. Entonces intervino el Papa Inocencio III. El resultado: la creación de la Inquisición y la sangrienta Cruzada contra los albigenses. No quedó ni uno.

Pero no tenemos que remontarnos hasta la Edad Media para encontrar ejemplos: Los que exterminaron a los nativos americanos en las praderas del Salvaje Oeste eran cristianos, protestantes. Los que ensalzaban al Caudillo de España por la Gracia de Dios –y le llevaban bajo palio, y declaraban que su guerra civil era una cruzada para defender la civilización cristiana- eran católicos. Los que se mataban a bombazo limpio en Belfast eran cristianos, unos católicos y otros protestantes. Los que entraron en Srebrenica y fusilaron a casi toda la población masculina –más de 5.000 musulmanes- eran cristianos, ortodoxos.

Mientras los católicos monarcas de las Españas expulsaban de su territorio a los infieles –o los convertían a golpe de hoguera, los sultanes de Costantinopla permitían casi siempre el culto cristiano en sus inmensos dominios: Así permanecieron los ortodoxos griegos, los coptos en Egipto, los maronitas en Líbano, los siriacos en Siria e Irak. En el Irán de los ayatolás existen libremente pequeñas y ancestrales comunidades de judíos, cristianos e incluso zoroastristas. ¿Cuántos judíos quedaron en Toledo, cuántos musulmanes en Granada?

En consecuencia, Ratzi, cállate. No revolvamos más la mierda.

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