En la Prehistoria, cuando yo era un enano, era la fiesta que más me gustaba. Por los regalos, claro. Pero también por todo lo demás: Una cena a base de fiambres y chocolate con roscón, con repetición del chocolate; Preparar un plato con turrones y unos whiskies para Sus Majestades, agua y azucarillos para los camellos. La excitación al irme a la cama, temeroso y pendiente a la vez de su mágica entrada por el balcón. Y a la mañana siguiente, muy temprano... ¡Allí estaba el anhelado Scalextric!. O el Cheminova. O el Meccano. O los Juegos Reunidos Geyper. O una precioso estuche de lápiceros Caran Dache, con todos los colores imaginables. Esa mañana, el banco en donde mi padre trabajaba montaba una función para los hijos de los empleados en un pequeño teatro del barrio de Huertas. Te podías hacer la foto en brazos del rey negro, que era el señor Cabezón, diligente contable y amigo de la familia. Luego venían las visitas a las casas de los abuelos, abundantes dulces y más regalos...
Entonces llegó el verano en que cumplí siete años. Habíamos alquilado durante tres meses un chalet en un pueblo de la sierra madrileña: Aprendí a montar en bicicleta y me eché mi primera novia, una niña rubia monísima que no recuerdo como se llamaba.
Mamá dobla sábanas con Angelita, la criada. Un gato se come el plato de bonito que mi abuela ha dejado en la fresquera. Mi hermana gatea por el jardín comiendo manzanas demasiado verdes. Y en el transistor suena intermitente, interminablemente, Radio Intercontinental. Mucho Manolo Escobar y Conchita Bautista, pero también Aznavour, los Beatles y, sobre todo, France Gall, que ha ganado ese año el Festival de Eurovisión. Poupée de cire, poupée de son.
Yo ando oscuramente enamorado de mi padre, ese atleta que viene a vernos los fines de semana y me lleva a nadar a unas charcas cercanas, me habla de las estrellas y de platillos volantes, del Sputnik y de la revolución de Fidel Castro.
Y una noche, bajo el cielo estrellado, papá me habla seriamente –de hombre a hombre- y me pone al corriente de la verdad acerca de dos hechos fundamentales: 1).- Los niños no los trae la cigüeña ni vienen de París. Salen de la tripita de las mamás por el agujerito que tienen para hacer pis. Y 2).- Los Reyes Magos no existen. ¡¡¡Son los padres!!!
El punto uno me deja algo desconcertado, pero no me preocupa mucho por aquel entonces. El sexo y la mecánica reproductiva me resbalan bastante. Pero lo de los Reyes Magos... Mi mundo se desmorona.
Y ahora que soy casi un viejo, recuerdo todo aquello y mi sobrino Javier me recuerda mis siete años y el fin de la inocencia. Los Reyes Magos –o Papá Noël, o Santa Claus- no son sino una inmensa conspiración de los adultos para engañar a los niños. “Es como lo de Dios” –me dice Alfonso. Tiene razón. Una broma, un estúpido sinsentido universalemente aceptado para crear falsas expectativas, una máquina del desencanto.
Y ya me acuesto, que van a venir y al verme despierto me van a dejar carbón.
Entonces llegó el verano en que cumplí siete años. Habíamos alquilado durante tres meses un chalet en un pueblo de la sierra madrileña: Aprendí a montar en bicicleta y me eché mi primera novia, una niña rubia monísima que no recuerdo como se llamaba.
Mamá dobla sábanas con Angelita, la criada. Un gato se come el plato de bonito que mi abuela ha dejado en la fresquera. Mi hermana gatea por el jardín comiendo manzanas demasiado verdes. Y en el transistor suena intermitente, interminablemente, Radio Intercontinental. Mucho Manolo Escobar y Conchita Bautista, pero también Aznavour, los Beatles y, sobre todo, France Gall, que ha ganado ese año el Festival de Eurovisión. Poupée de cire, poupée de son.
Yo ando oscuramente enamorado de mi padre, ese atleta que viene a vernos los fines de semana y me lleva a nadar a unas charcas cercanas, me habla de las estrellas y de platillos volantes, del Sputnik y de la revolución de Fidel Castro.
Y una noche, bajo el cielo estrellado, papá me habla seriamente –de hombre a hombre- y me pone al corriente de la verdad acerca de dos hechos fundamentales: 1).- Los niños no los trae la cigüeña ni vienen de París. Salen de la tripita de las mamás por el agujerito que tienen para hacer pis. Y 2).- Los Reyes Magos no existen. ¡¡¡Son los padres!!!
El punto uno me deja algo desconcertado, pero no me preocupa mucho por aquel entonces. El sexo y la mecánica reproductiva me resbalan bastante. Pero lo de los Reyes Magos... Mi mundo se desmorona.
Y ahora que soy casi un viejo, recuerdo todo aquello y mi sobrino Javier me recuerda mis siete años y el fin de la inocencia. Los Reyes Magos –o Papá Noël, o Santa Claus- no son sino una inmensa conspiración de los adultos para engañar a los niños. “Es como lo de Dios” –me dice Alfonso. Tiene razón. Una broma, un estúpido sinsentido universalemente aceptado para crear falsas expectativas, una máquina del desencanto.
Y ya me acuesto, que van a venir y al verme despierto me van a dejar carbón.
9 comentarios:
qué fuerte... me doy cuenta que de tu generación a la mía los juguetes no han cambiado mucho, jajajaja.
Me encanta Poupée de cire... recuerdo mis reyes de niño como un hecho feliz, rodeado de los caprichos que quería, quizá el único que no alcancé a tener fue un aparcamiento para mis cochecitos. No recuerdo con trauma cuando me enteré que eran los padres (de hecho no recuerdo cuando me enteré) y sigo disfrutando de esta fecha todavía, sobre todo haciendo regalos, me hace sentirme un poco rey (o será reina? jajaja).
"Mes disques sont un miroir dans lequel chacun peut me voir".
aaaaah!!! ...son los padres?
qué capullos! (toda la vida chantajeándote con "si no eres bueno... pasarán de largo, o te traeran carbón...). Mamones!
a mí me tocó el "save your kisses for me"... y mucho Leif Garret (por qué me habré acordado de éste hoy?...)
un abrazo.
Es uno de los placeres que os perdereis los gays. Ver las caritas de tus hijos desenvolviendo regalos.
Entrañables recuerdos. El mundo se te vino abajo... A veces no hay mal que por bien no venga, el niño que descubre el engaño bienintencionado de los familiares empieza entonces a reclamar un lugar en el mundo de los adultos y a exigir la verdad en lo sucesivo.
Saludos.
los gays también podemos tener hijos.
Primer anónimo: un hijo no es sólo un niño que sonríe. Hay múltiples situaciones, todo es mucho más complejo. Por otro lado la verdadera satisfacción de los padres no está en lo que reciben de sus hijos sino en lo que les dan que es mucho más.
Finalmente la paternidad/maternidad forma parte del aprendizaje: tener un hijo se echa de menos sólo cuando se ha querido tenerlo.
Saludos.
Hay una triste (y emocionantisima, por cierto)escena en la pelicula El Orfanato, en la cual, el pequeno Simon, despues de escuchar de sus padres que es hijo adoptivo y que es seropositivo, les pregunta -y Papa Noel tampoco existe?
Felices Anos Nuevos, Alfs!
...ah!y en cuanto al anonimo dos (que es de suponer que no es el uno, claro)creo que los verdaderos gays no podemos tener hijos:Se esconden en las cloacas.
(Por otro lado, entiendo que esto podria ser el contraprecio de tanta,inmensa,felicidad...)
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