Los inodoros: Los hay "western style" y "japanese style". Siempre higiénicamente limpios. Los japoneses son tipo letrinas de la mili pero en plan lujoso. Los occidentales, el común WC pero más tecnológico: Tienen una serie de botones: uno te pone la tabla calentita, otro te riega con un chorrito de agua templada la zona anal, y el último igual pero con especial atención para las niñas y sus cosas.
23 noviembre 2005
Otras cosas de Japón
Los inodoros: Los hay "western style" y "japanese style". Siempre higiénicamente limpios. Los japoneses son tipo letrinas de la mili pero en plan lujoso. Los occidentales, el común WC pero más tecnológico: Tienen una serie de botones: uno te pone la tabla calentita, otro te riega con un chorrito de agua templada la zona anal, y el último igual pero con especial atención para las niñas y sus cosas.
19 noviembre 2005
Japón (II)
Los japoneses: bajitos, pulcros, ceremoniosos, serviciales, sonrientes. A veces no tan bajitos. A veces gritones, agresivos. Si te pones por medio en su camino, te empujan sin cortarse un pelo. El trato con el (bárbaro) occidental es correctísimo: Te ayudan en lo que pueden, apenas saben inglés pero hacen esfuerzos para entenderte. Te miran y se descojonan: No sé porqué pero les hacemos mucha gracia. En el metro, se sientan y se quedan automáticamente fritos. Los que no, van jugando con cositas electrónicas o leyendo manga. Todos los escolares llevan uniforme. Los chicos, de azul marino hasta el cuello con botones dorados y zapatillas deportivas blancas, las chicas de marineritas. Algunas colegialas muy desarrolladas llevan minifaldas imposibles, un estilo manga provocativo que seguro que aumenta las estadísticas de violaciones. Para leer y escribir, utilizan dos alfabetos silábicos propios, diferentes según la ocasión, y unos 4.000 ideogramas chinos (kenjis). Además del alfabeto occidental. En estas condiciones, necesariamente piensan de otro modo.
15 noviembre 2005
Japón (I)
Tokio: Ocupa un área como de Toledo a Guadalajara. Autopistas elevadas de peaje en el centro de la ciudad. Suburbios interminables. Rascacielos antisísmicos, templos y pabellones de té. Colegialas perversas y mucho, mucho manga. Ochocientas líneas de metro, de distintas compañías, trenes robotizados sin conductor. Horror al silencio: omnipresente sinfonía de ruiditos, musiquillas electrónicas, voces grabadas. Pantallas gigantes anunciando grupos pop, ropa deportiva. En Ginza, Dior o Chanel son edificios de diez plantas. Miriadas de ejecutivos en traje oscuro, ellas de Armani y con portafolios. En Shibuya, los más modernos: todos teñidos en tonos caoba, con flequillitos y vestidos para matar. Restaurantes tradicionales con farolillos en la puerta. Restaurantes con comida de plástico en el escaparate. En los mercados, se venden cosas increíbles, indefinibles: verduras de Marte, pescados de Plutón. El arte de tomar una sopa de fideos con palillos. Riquísimas tempuras, deliciosos sushi. Gengibre. Pulpo seco. Quisquillas. Helados de té verde, de judías pintas, gelatina de café.
Nikko, Kamakura, Monte Fuji, Hakone: Las excursiones más típicas. Montañas, volcanes, lagos, grandes bosques de hoja caduca. Toda la gama de colores del otoño, del verde intenso de los cedros al rojo de los arces, al morado de los ciruelos. Templos como centros comerciales, como parques de atracciones. Un sentido muy práctico de la religión, una religión utilitaria. Se paga un estipendio y se pide una gracia al dios de la ocasión: para aprobar un examen, para encontrar un amor. Se celebran las bodas por el rito sintoísta –más alegre-, los funerales por el budista –más serio. Dioses y profetas muy distintos conviven en el mismo espacio del templo.