«Bisogna che tutto cambi perché tutto resti com'è»
Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896 - 1957)
Leyendo las últimas entradas de este blog, cualquiera tendría la impresión de que se encuentra ante el diario más o menos íntimo de un individuo radicalmente izquierdoso, lo que José María Aznar define como “un progre trasnochado”.
Aunque veo bien el progreso y lo de trasnochar siempre me ha gustado, ninguna etiqueta me define peor. Como dije hace ya dos años (jesús, como pasa el tiempo!), me veo más bien como un conservador de izquierdas. Odio los cambios innecesarios, esas gratuitas innovaciones que añaden incertidumbre a nuestras vidas: Sigo sin verle grandes ventajas al CD sobre el tradicional disco de vinilo, que sonaba mejor, se almacenaba con facilidad en la estantería y producía auténticas obras de arte en el diseño de portadas. Por poner un ejemplo.
Porque, remedando inversamente al Gatopardo, opino que todo debe conservarse para que todo cambie de verdad.
Y me viene esto a la cabeza a cuento de algunas polémicas absurdas que oigo y leo en los últimos meses desde las cabeceras de telediarios y papeles diversos. Que si quitamos o dejamos de quitar una estatua. Que si deberíamos añadir o no un tercer color a la bandera.
Tonterías. Mientras nos perdemos en esos detalles irrelevantes, nos dejamos hipnotizar por un sistema capitalista cada vez más agresivo, que mantiene en la miseria a tres cuartas partes de la población mundial para que unos pocos privilegiados tengan piscina privada en su chalet de la costa. Machacamos a determinados países del tercer mundo para abusar de sus recursos energéticos y materias primas y luego nos quejamos y ponemos el grito en el cielo cuando sus depauperados habitantes vienen buscando un jornal de hambre en la construcción de la M30 o en la recogida de fresas en Huelva.
Es todo eso lo que tiene que cambiar.
Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896 - 1957)
Leyendo las últimas entradas de este blog, cualquiera tendría la impresión de que se encuentra ante el diario más o menos íntimo de un individuo radicalmente izquierdoso, lo que José María Aznar define como “un progre trasnochado”.
Aunque veo bien el progreso y lo de trasnochar siempre me ha gustado, ninguna etiqueta me define peor. Como dije hace ya dos años (jesús, como pasa el tiempo!), me veo más bien como un conservador de izquierdas. Odio los cambios innecesarios, esas gratuitas innovaciones que añaden incertidumbre a nuestras vidas: Sigo sin verle grandes ventajas al CD sobre el tradicional disco de vinilo, que sonaba mejor, se almacenaba con facilidad en la estantería y producía auténticas obras de arte en el diseño de portadas. Por poner un ejemplo.
Porque, remedando inversamente al Gatopardo, opino que todo debe conservarse para que todo cambie de verdad.
Y me viene esto a la cabeza a cuento de algunas polémicas absurdas que oigo y leo en los últimos meses desde las cabeceras de telediarios y papeles diversos. Que si quitamos o dejamos de quitar una estatua. Que si deberíamos añadir o no un tercer color a la bandera.
Tonterías. Mientras nos perdemos en esos detalles irrelevantes, nos dejamos hipnotizar por un sistema capitalista cada vez más agresivo, que mantiene en la miseria a tres cuartas partes de la población mundial para que unos pocos privilegiados tengan piscina privada en su chalet de la costa. Machacamos a determinados países del tercer mundo para abusar de sus recursos energéticos y materias primas y luego nos quejamos y ponemos el grito en el cielo cuando sus depauperados habitantes vienen buscando un jornal de hambre en la construcción de la M30 o en la recogida de fresas en Huelva.
Es todo eso lo que tiene que cambiar.
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