23 julio 2007

Oriente Medio - Diario de Viaje (6)

Miércoles 13 de junio (continúa). A eso de las cinco y media volvemos a salir hacia el Huerto de los Olivos y Getsemaní. A ver si vemos a Camilo Sesto por allí. Llegamos andando, rodeando la muralla por su lado Norte y hacia el Este. Pasamos por delante de la Puerta Dorada, permanentemente cerrada y que –según la tradición judía- sólo se abrirá con la llegada del Mesías en el fin de los tiempos. Vemos un par de iglesias ostentosas brillando al sol de la tarde. Una ortodoxa rusa –la de Sta. María Magdalena, construida por el zar Alejandro III a finales del siglo XIX con inconfundibles cúpulas en forma de bulbos- y otra católica –la basílica de la Agonía, ya del siglo XX, de estilo ecléctico tirando a neobizantino.

Al otro lado de la carretera hay un parque con importantes restos arqueológicos, grandes tumbas del periodo helenístico, mausoleos excavados en la roca. En las laderas del monte se extiende un enorme cementerio judío. Comenzamos a subir por la empinada cuesta con vistas espléndidas de la ciudad al atardecer. Ya en la cumbre, tomamos unas cervezas en la cafetería del hotel Siete Arcos mientras esperamos la hora de la puesta de sol. Contemplamos desde la colina las poderosas murallas, las flamantes cúpulas, los torreones y minaretes. El adjetivo “bíblico” adquiere todo su significado. Cuando llega el momento, nada más desaparecer el último rayo tras el horizonte, suena la llamada a la oración de los musulmanes. Desde lo alto de cada mezquita, repetida y amplificada hasta el infinito, la plegaria se cierne sobre la ciudad doliente casi como una amenaza, casi como un somnífero.



Regresamos al centro atravesando el barrio judío –muy reconstruido, pues durante el periodo 1948-1967 los jordanos que ocupaban Jerusalén Oriental se encargaron de machacarlo minuciosamente. Luego salimos del casco histórico para cenar en un restaurante argentino. El segurata de la entrada nos hace un escaneo en profundidad. La camarera se esfuerza por resultar muuuy simpática. Insiste en que acompañemos la carne con salsa “shimishurri”. De fondo, música mexicana. En fin, todo está muy bueno y resulta apañado de precio.

Al salir, de vuelta al hotel, un pequeño error de cálculo al mirar el mapa nos despista y nos metemos sin querer en el barrio de Mea Sharim, el distrito de los judíos ultra-ortodoxos. Algunos de ellos son tan integristas que ni siquiera reconocen el Estado de Israel por considerarlo una forma de idolatría. Cuando queremos darnos cuenta estamos en todo el cogollito, rodeados de fulanos con levita, sombrero negro y tirabuzones. Un amable rabino se da cuenta de nuestro despiste y nos indica la dirección del hotel. Caminamos hacia allí por una calle sucia y tenebrosa. Grupos de integristas nos miran pasar, no sé bien si irritados o muertos de risa. En medio de la calzada están ardiendo hogueras, hay gente congregada en las esquinas. Nos hacemos los suecos y seguimos andando hasta llegar a la avenida que señala el límite del barrio. Allí espera mucha gente, cámaras de televisión, la policía. Llegamos a la conclusión que hemos atravesado algún tipo de protesta vecinal. Luego, en el hotel, veremos en la tele imágenes del suceso sin llegar a comprender su significado.

¡Ciudad de locos!

1 comentario:

senses and nonsenses dijo...

jajaja, yo creo que tb buscaría a camilo sesto por el huerto de los olivos.
seguramente un sitio fascinante, pero muy muy extraño israel... el lugar ideal para hacerse el sueco, jajaja

un abrazo.