Estamos en el curso 1972-73. Tengo catorce años y estudio quinto de bachillerato (plan de 1967). ¡Descubro el sexo! Hasta entonces había sido un niño bastante lelo para esas cosas, ni siquiera me interesaba demasiado el tema reproducción. Pero ese año entra en mi clase una caterva de chicos nuevos, expulsados de otros colegios por su mala conducta o simplemente porque los demás colegios del barrio –casi todos religiosos- comenzaban a cerrar ante el elevado valor de los terrenos que ocupaban en el centro de Madrid. Y aquello se convierte en una orgía. Muchos de los nuevos son mayores –recuerdo uno que ya tenía carnet de conducir- y vienen casi siempre de familias de dinero bastante liberales, por lo menos en lo que respecta a su conducta sexual.
Así que rápidamente aprendo algunas cosas y todo acaba por encajar: Aquella ilustración del "Mi Jesús" que mostraba unos demonios pinchando con tridentes a las almas del Infierno y que tanto me perturbaba... La extraña y repetida pregunta del padre confesor en la capilla de San Estanislao de Kostka: ¿te tocasss?... Las películas de romanos, Sean Connery, las ilustraciones de estatuas griegas en el Summa Artis de mi padre... Y una serie de televisión, Leonardo Da Vinci, de la RAI, que me abrió definitivamente los ojos: Yo era como Leonardo, o sea homosexual, o sea, marica. Porque definitivamente, las niñas me seguían sin interesar, pero los niños... Los niños me ponían a cien. Esto era un descubrimiento terrible y gozoso a la vez: por un lado, marica era afeminado era nenaza era rechazo y exclusión. Por otro era Leonardo, era Oscar Wilde, era ser diferente a todos, ser un genio. Así que callé y guardé mi secreto.
Un día, en clase de Religión, el padre Prieto –jesuíta de trabuco, boina y sotana raída, gran experto en repartir hostias metafóricas- le pide a su alumno predilecto (servidor) que lea en voz alta y clara el capítulo dedicado al sexto mandamiento en el libro de texto de aquel curso, "La Moral Católica". Los pecados de la Carne, la Lujuria, el Adulterio y, como no, también el Pecado Solitario –que yo practicaba con cierta asiduidad- y el Vicio Nefando –que yo estaba deseando practicar.
Además de la vergüenza que pasé mientras leía –la cara como un tomate, las risitas de los otros chicos- aquello fue un terremoto en mi conciencia. Me di cuenta en el acto de que aquello era una estupidez de los curas. Leonardo era marica, pero era un genio, si había un poco de justicia no podía ser que Leonardo se quemase en el Infierno. Decidí informame un poco.
Además de la vergüenza que pasé mientras leía –la cara como un tomate, las risitas de los otros chicos- aquello fue un terremoto en mi conciencia. Me di cuenta en el acto de que aquello era una estupidez de los curas. Leonardo era marica, pero era un genio, si había un poco de justicia no podía ser que Leonardo se quemase en el Infierno. Decidí informame un poco.
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