27 abril 2005

Mi vida: 1984 / 1988


Época dorada. Voy mejorando en mi vida laboral, con altibajos: de la ventanilla a la promoción comercial y me destinan a Pontevedra. Me niego, me castigan con un puesto de contable: yo encantado, pero me embarcan en un extraño proyecto de identificación fiscal de cuentas corrientes. Aquello fracasa, me quedo colgado pero aprovecho un leve enchufe y me coloco en Dirección Central, en la mesa de Tesorería. Me llevo fatal con mi jefe, me quiere perder de vista y me coloca en otro departamento adjunto, encargado de la redacción y edición de la revista de bolsa del banco. Allí seré feliz durante muchos años, tendré amigos, me ascenderán.

Después de los fracasos con Javier y con Diego, lo sentimental queda congelado hasta nueva orden. Con el primero restablezco relaciones: Vive en Barcelona y se ha convertido en un importante ejecutivo de una poderosa multinacional. Lo que siempre quiso, pero tiene su corazoncito y necesita algo más que dinero y posición. Un poco de amistad, un poco de sinceridad. Eso si se lo puedo dar.

Me divierto: No me pierdo un estreno de cine o de teatro, me gasto una pasta gansa en música, libros, revistas. Estoy en cada inauguración, en cada concierto. Salgo mucho, bien con el grupo de Diego, más formalitos, bien con el de Luis y las niñas, mucho más gamberros. Luis conoce a Totón a través de Eva, hermana de Mar. Totón es un niño grande, alto, guapo, ingenuo. Es pijo hasta el vómito: nikis rosa de Lacoste, zapatos Castellanos con borlas, un llavero con pelotita de golf sobresaliendo del bolsillo del pantalón burdeos de Zarauz. Muchas horas de Keeper y Pachá. Luis se encarga de seducirle, malearle y hacerle un hombre. En agosto del 87 estamos los tres en Marbella. Hemos alquilado un cutre apartamento en el centro de la ciudad. Vamos cada día a la playa de Puente Romano o a las dunas de Cabopinos. Nos colamos en todas partes, en Pepe Moreno, en Olivia Valere, en Regine’s. En ese mes de vacaciones tonteo como nunca pero no me como una rosca.

Poco después hay una incorporación al grupito de Diego y Eduardo: Ignacio. Tiene mi edad, es abogado y empleado de banca como yo. Rápidamente congeniamos y empieza a formarse un grupo dentro del grupo: Eduardo, Ignacio y un servidor nos convertimos en "las tres odiosas" o "las jirafas" según el grado de simpatía que podamos despertar entre el distinguido público de Rick’s.

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