30 de abril: Madrugón para llegar a Barajas. Overbooking. Escala en Bruselas –la Grand Place. Otra vez en vuelo: Tempelhof, el aeropuerto de Hitler. Se ha perdido una maleta y los empleados del aeropuerto no hablan una palabra de inglés. Un taxi al hotel, en Anhalter Strasse: 7 euros. Salimos a la calle para un primer contacto con la ciudad. Postdamerplatz, puerta de Brandenburgo, Unter den Linden. Los hombrecitos raros de los semáforos de la DDR. Reichtag. Subimos a la cúpula de Norman Foster al anochecer. Vuelta al hotel con parada en un restaurante mexicano de Postdamerplatz: tacos, burritos und ein bier, bitte!
1 de mayo: Madrugón. Arquitectura de vanguardia en Postdamerplatz. Llena el hueco que dejó el muro, levantado a su vez sobre las ruinas de lo que fue, antes de la guerra, el centro comercial de la ciudad. Ahora es feudo de las multisalas y de las grandes corporaciones globales: DaimlerChrysler, Sony, PriceWaterhouseCoopers. Y un centro comercial replicante de todos los centros comerciales. En la Gemäldegalerie, Nofretete (Nefertiti) nos mira, pequeñita y tuerta. A estas alturas ya hay manadas de españoles en todo Berlín. Paseo por el barrio de las embajadas e inmersión en el parque Tiergarten. Hay gente en bolas tomando el sol. Hace bastante calor. Una cerveza en la columna del ángel, la Siegessäule. Luego, bordeamos el río Spree en dirección a la Cancillería y al Reichtag. Los turcos aprovechan la mañana de un domingo soleado para hacer barbacoas en el parque. Monumento a los soldados sovieticos. En la Puerta de Brandenburgo un grupo de alemanes "bios" celebran alguna festividad del calendario chino. Comemos en Pepita, terraza-pizzería en Unter Den Linden. Después pasamos por la plaza Gendarmenmarkt, con su pomposa sala de conciertos y sus dos iglesias gemelas. Detrás de la Ópera están haciendo una feria del vino y aprovechamos para descansar un rato tomando unas copitas de vino blanco, muy afrutado, como un moscatel suave y helado. Luego seguimos por Bajolostilos: La Neue Wache, teorema del neoclásico. Antigua sede de la guardia real prusiana y ahora un monumento a las víctimas de las guerras y dictaduras. El sol se cuela por una abertura en el techo. Hago una foto que he puesto como fondo de escritorio. Cruzamos a la isla de los museos. Más neoclásico al fondo, pero en primer plano un pastelón neobarroco: la catedral. Y al lado un espanto de la DDR: el palacio de la República, que va a ser demolido aunque con polémica. Hay nostálgicos que quieren conservarlo. Yo creo que el régimen comunista merecía el fin que tuvo -aunque sólo fuera por haber perpetrado ese edificio. A lo lejos y por encima de lo demás, la torre de la televisión en la Alexanderplatz. Ésta si que tiene su encanto. Muy años setenta. Subimos. Las vistas desde el café giratorio son impresionantes. Largas avenidas con bloques inmensos hacia el Este; Masa boscosa y algún rascacielos al Oeste. Tengo los pies rotos, pero volvemos al hotel andando por Friedrichstrasse para ver lo que queda del Checkpoint Charlie. Ahora es un tingladillo comercial para disfrute de turistas. Cuando llegamos al hotel, me pasa como a Rambo: no siento las piernas. Lo que no impide que tras una ducha y un breve descanso salgamos a cenar a una zona cerca de Kurfürstendamm que me he enterado yo que hay mucho café y mucho bar de ambiente. Si que hay, pero despues de cenar humus y kebap en un turco, estamos tan cansados que nos volvemos al hotel.
2 de mayo: Museo judío. Está bien. El edificio no mata pero es curioso. La exposición, interesante y didáctica, sin caer en el morboso regusto habitual. Con un punto un poco molesto: En un momento dado, parece que el Holocausto –un horror injustificable- se aprovecha para justificar la ocupación de Palestina. Lo siento mucho. Los judíos tienen toda mi simpatía, pero no veo que el espanto nazi pueda servir para disimular la injusticia creada por los sionistas en Oriente Medio. Luego seguimos hacia el Sur. Paseo por la zona de Kreuzberg. Comida en un turco especializado en productos naturales. Kebaps y unos dulces buenísimos. Después de comer, la idea es acercarnos al embarcadero de la isla de los museos y coger uno de los barcos turísticos que recorren la ciudad por el río y los canales. Pero antes nos pasamos por la estación Ostbahnhof y sacamos billetes de tren a Dresde para el día siguiente. Cuando llegamos al embarcadero acaba de salir el último barco de la tarde y no hay otro hasta las tantas. Lo dejamos, vamos a ver los osos –si, osos pardos vivos- en un parquecito cercano y paramos en la terraza de un bar al borde del Spree. Dentro hay cienes y cienes de españoles. De pronto se oye una canción cantada a coro. Comentamos: -¡Qué típico, ahora se levantará un jovencito rubio a cantar "Tomorrow belongs to me"!. Pero me doy cuenta de que el cántico en cuestión es una habanera. Son los españoles, que forman parte de una coral o algo así. Cenamos pronto, en una pizzería junto al hotel.
3 de mayo: Dresde. Los aliados la bombardearon –aunque no era un objetivo militar- con bombas incendiarias. Hubo 30.000 muertos, en su mayoría niños y ancianos, y la ciudad emblemática del arte y la arquitectura del barroco, la Florencia del Norte, quedó arrasada. En honor a la República Democrática Alemana hay que decir que fue escrupulosamente restaurada en su mayor parte. Todavía les queda. Visita a la ciudad. Comemos en un sitio muy vanguardista que se llama Raskolnikov, como el personaje de "Crimen y Castigo". Muy bien de precio y un plato surtido de pescados ahumados para chuparse los dedos. Visitamos la tienda (lechería en su origen, ahora delikatessen) en donde se inventó la leche condensada. Está en la quinta puñeta y llueve. Volvemos arrastrándonos a la estación y esperamos la salida del primer tren tomando un heladazo. Cuando llegamos a Berlín nos bajamos en la estación del Zoológico pensando en dar un paseo por Ku’Damm, pero llueve a mares y nos refugiamos en un restaurante chino, donde cenamos pato laqueado. Luego, a mimir.
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