Soy exfumador. Cuando fumaba, lo hacía a razón de dos cajetillas diarias. Y me encantaba –me encanta- fumar. Pero reconozco que mi economía y sobre todo mis pulmones han salido ganando al abandonar el vicio. Ahora mi olfato y mi paladar funcionan mejor, mis dedos han dejado de estar amarillentos de nicotina y se puede entrar en mi casa y en mi coche sin respirar un insoportable tufo a tabaco.
Por ésto, creo que entiendo un poco cada una de las posturas enfrentadas por la nueva ley anti-tabaco. Me parece bien que se prohiba fumar en sitios públicos como oficinas –generalmente mal ventiladas-, donde tienen que convivir durante muchas horas al día personas que fuman con otras que no lo hacen. Pero de ahí a castigar a los fumadores expulsándolos a la calle a la hora de echarse un cigarrito, creo que hay un abismo. Con un poco de buena voluntad por parte de todos y sin imponer las cosas por decreto-ley las cosas se hubieran solucionado mejor.
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