04/11/2006
Despertamos a las seis de la mañana para llegar pronto al aeropuerto. Nos espera una chica taxista –según Alfonso, la amante de la Comisaria Política. Ella es supereficiente, llegamos al aeródromo en media hora. El amanecer es muy pintoresco, con tonos dorados en las montañas y una neblina suave en el valle. Vuelo Lijiang-Kunming. Leo una “Historia breve de China” (Pedro Ceinos, Silex Editorial, 2006). Al llegar a Kunming, recogemos enseguida las maletas y tenemos casi tres horas hasta la hora de embarque, pero no nos dejan facturar todavía y perdemos la posibilidad de bajar a echar una ojeada a la ciudad, que parece atractiva. Tres horas aburridas, de interminable megafonía robotizada y vuelo Kunming-Xi’an. Al llegar a nuestro destino, nos dirigimos al mostrador del bus que lleva del aeropuerto a la ciudad. El bus resulta ser una berlina de lujo (un Buick americano). Nos cuesta lo mismo que un taxi a Barajas, con la diferencia de que aquí hay 40 kms. desde el aeropuerto hasta el centro. Nos deposita en el hotel Renmin Sofitel. Lujazo oriental y de diseño. Al entrar en nuestra habitación, Alfonso dice sentirse como Madonna en plena gira de la Ambición Rubia. Salimos a dar un paseo por la ciudad. Es una ciudad muy antigua, que durante siglos fue capital imperial y conserva la muralla y el trazado urbano de la época Ming. Pero encima han construído hoteles, oficinas, centros comerciales. Todo nuevo, reluciente. De la ciudad vieja quedan las murallas, las torres del Tambor y de la Campana y el barrio musulmán, centro del turisteo y mercadillo máximo para españoles ávidos de gangas. Estamos demasiado cansados para andar buscando, así que cenamos auténtica comida china en un McDonnald’s.
05/11/2006
Desayunamos en la habitación del hotel. Café y unos bollos que compramos ayer en una pastelería. Es un día soleado, pero en la calle hace frío. Casi no hay gente, es domingo y se vé que no madrugan. Nos acercamos primero al barrio musulmán para ver la mezquita. Es muy antigua y curiosa, parece un templo chino más, con su estructura de patios ajardinados y pabellones consecutivos. La decoración contiene inscripciones en ideogramas chinos junto a textos del Corán en árabe. Al llegar al penúltimo patio vemos una genuina reunión de musulmanes chinos: Están sentados en mesas, charlando y bebiendo té, a nuestra izquierda los hombres y a la derecha, las mujeres, tocadas con un discreto velo. Me llama la atención la edad de los fieles, viejos o niños en su gran mayoría. Tras el último patio está la mezquita propiamente dicha, pero allí no dejan pasar al turista. Esto resulta un pelín fanático comparado con la liberalidad de los otros templos chinos, sean budistas, taoístas o lo que sea. Salimos de la mezquita y del barrio musulmán, atravesando una zona de carnicerías donde se exhiben obscenas imágenes de reses muertas y sus órganos internos, pilas de hígados resecos. Tomamos café junto a la muralla, en un sitio que parece un bar de carretera de Motilla del Palancar. Fuera, unos chicos practican kung fu o algo similar. Llegamos a un barrio de casas bajitas, modernas pero siguiendo fielmente el modelo tradicional. Hay tiendas de antigüedades y de recuerdos, pero sobre todo de material de pintura y escritura: Venden pinceles, tintas, papel de diversas calidades, caligrafías, grabados y dibujos. Mao y Mona Lisa. Lao Tse y la típica superposición de héroes del socialismo: Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao otra vez. En las cercanías, una academia de Bellas Artes y el museo del Bosque de Estelas, a donde nos dirigimos. Contiene estelas de piedra labrada de diferentes épocas, con caligrafías, poemas, dibujos... La caligrafía china es un texto y, al mismo tiempo, un poema visual. No es fácil de asimilar para quienes tenemos el alfabeto grabado a fuego en la mente. Se exhibe también una curiosidad histórica: Una estela grabada por cristianos nestorianos en el siglo VIII. En una de las salas, empleados del museo sacan reproducciones al calco de las piedras, que luego venden en la tienda. Compramos unas bolas de cristal con dibujitos para los sobrinos. Café en un Haagen Dazs modernísimo y visita a la pagoda de la Pequeña Oca, que fue famosa por albergar importantes escrituras budistas. Ahora está medio en ruinas, en medio de un parque muy agradable. Desde allí vamos andando hacia un templo budista que recomienda la guía pero no llegamos a encontrar. Pasamos por una zona universitaria, con grandes construcciones y anchas avenidas. Algunos edificios recientes son de arquitectura delirante, mezcla de orden jónico y tejadillos chinos, Vitrubio y Lao Tse. Reunión de chicos y chicas modernitos, al salir de clase. El templo sigue oculto, así que nos metemos al siguiente museo, el de Historia de la provincia de Shaanxi. Una impresionante colección de bronces, cerámicas, pinturas de todas las dinastías. Algunos mapas ilustran la ruta de la seda que conectaba la antigua Xi’an (Chang’an) con el Mediterráneo a través de estepas y oasis. Salimos del museo y nos encaminamos a la pagoda de la Gran Oca. Atravesamos una plaza o parque con jardines y centros comerciales. En una esquina están haciendo promoción de un nuevo coche de General Motors: Hay una especie de karaoke danzante, la gente se sube al escenario y baila al ritmo desenfrenado del discopop chino. Algunos llevan preparada su coreografía. La plaza está llena de gente endomingada esperando que se pongan en marcha unas fuentes monumentales, parece que muy divertidas. Esperamos un rato, pero aquello va para largo, así que pasamos de las fuentes y nos metemos en el recinto de la pagoda. Muy grande y hermosa. Es un templo budista muy animado. Por megafonía se oyen salmos tántricos (Om Mani Padme Hum) y luego la sinfonía nº 40 de Mozart. Taxi al hotel. Ponemos la tele, BBC World, y nos enteramos de la condena a muerte de Sadam Huseín. Probamos otras cadenas: CNN y TV5 insisten en lo de Irak. En la RAI, el programa “Cristianitá” ofrece un animado debate sobre nuevas canonizaciones, presentado por una monja seglar con cara de mala persona. En TVE Internacional, Punset nos pone al corriente de lo último en nanotecnología. Después, crónica rosa con noticias de Concha Velasco. Salimos a cenar. Nos cuesta bastante encontrar el restaurante que recomienda la guía, porque está en el primer piso del edificio de un hotel. Es un salón grandísimo, como de bodas y bautizos. Y un poco sospechoso, parece el lugar perfecto para una cita entre Deng Xiaoping y la viuda de Mao. Elegimos un menú completo para dos personas (10 euros cada uno). Todo muy rico, pero extraño: Nos ponen huesos de albaricoque (Alfonso dice que en su pueblo eso se come y lo llaman chochodul), pastelillos de hongos y de judías pintas, verduras desconocidas...
06/11/2006
Hemos concertado un citytour para ir a ver a los famosos guerreros, que están lejos de la ciudad. 35 euros por cabeza con trasnporte, visitas y almuerzo incluídos. A las 9 se presenta la guia china en el hotel y subimos al minibus. Los otros pasajeros son un par de matrimonios anglosajones muy mayores, un chico de Nueva York con cara de mariquita mala, una pareja (hétero) de islandeses muy monos y unas chicas danesas postadolescentes. La primera visita es para nosotros una repetición: la pagoda de la Gran Oca. Damos una vuelta y nos sentamos a tomar un Nescafé. La guía nos avisa de que en uno de los pabellones reparten unas tarjetas gratuitas con un esquema de las dinastías chinas, muy útil para seguir el desarrollo de la visita desde el punto de vista histórico. Es una trampa: Lo que hay dentro es una tienda con 200 chinos intentando vendernos algo. Desde ese momento vemos clarísimas las intenciones de nuestra amable guía, y a lo largo de la jornada intentará siempre colarnos la compra compulsiva. Seguimos viaje en el minibús, saliendo de la ciudad por grandes autopistas con rascacielos interminables. En el horizonte se perfila el inconfundible perfil de una central eléctrica -¿nuclear, tal vez?- con su penacho de humo blanco coronándola. Justo enfrente, nuestra segunda visita. Se supone que vamos a aprender el arte de la terracota en el mejor taller de reproducciones a escala, oficialmente ga-ran-ti-za-das, de los guerreros de terracota de Xi’an. En realidad es otra tienda, un gran almacén de souvenirs y muebles. Todo carísimo y muy kitsch. Otra vez en la carretera, rumbo al palacio de invierno del emperador Fulanito y su concubina Periquita. Un conjunto muy ajardinado de edificios (reconstrucciones) con piscinas y termas originales en su interior. Es como la Marina D’Or de la dinastía Tang. Por un yuan adicional (0,10 céntimos de euro) puedes lavarte las manos con agua caliente del manantial. Autobús y a comer, en un sitio de carretera que además es... otra tienda!. Nos sentamos en una mesa redonda con los escandinavos, el americano y unas australianas con pinta de pareja bollo. Yo estoy de mal humor, me duele una muela y no tengo ninguna intención de hacer el ridículo chapurreando inglés, así que hago el ridículo callándome y quedando como un perfecto antipático. Pues mira tu lo que me importa. Por fin, a eso de las dos de la tarde llegamos al complejo arqueológico de los guerreros. La guía nos anuncia el programa de la visita: Hangar nº 1 (el más grande, el que sale en todas las fotos de los dominicales). Después una interesante película sobre el primer emperador, Qinshihuangti, cuyo túmulo mortuorio guardan los 6.000 guerreros de barro. Además, podremos conocer en persona al anciano campesino que descubrió la tumba en 1974. Si queda tiempo, nos dará libre para ver los pabellones 2 y 3. A las cuatro y media tendremos que estar de vuelta en el minibús. Entramos un ratito al pabellón 1, atestado de gente en la parte frontal, lo justo para echar una ojeada y hacer la típica foto. Y cuando llegamos al cine, decidimos escaparnos del grupo y volver a ver mejor los guerreros. En la parte frontal está todo el mogollón de turistas, pero se puede caminar por los laterales y rodear todo el hangar. Hay todo tipo de figuras, algunas intactas, otras rotas o muy deterioradas. Después vemos los edificios 2 y 3, con piezas espectaculares exhibidas en vitrinas bien iluminadas. Como nos queda algo de tiempo, nos dirigimos al cine a ver la famosa película. Pues bien, el edificio del cine alberga un pequeño cine panorámico –con una especie de proyección en 360º, caspavisión y cutrelux- y, como no, una gran tienda de souvenirs. El anciano descubridor firma el libro oficial de la exposición que, editado en todos los idiomas, se puede adquirir a precio de incunable. Regresamos a Xi’an. Le pedimos a la guía que nos deje cerca de alguna de los puntos de acceso a la muralla de la ciudad. Nos asegura que junto a la puerta Este se encuentra uno de estos puntos. Allí nos bajamos, descubriendo sin embargo que nos ha mentido como una bellaca: La única entrada a la muralla se encuentra situada en la puerta Sur. Los taxis son muy baratos, así que hacemos uso de uno para acercarnos al hotel a por algo de abrigo –empieza a refrescar- y de otro para llegar a la puerta meridional. Ya es de noche cuando llegamos y subimos a lo alto del fortín que domina la puerta. Vistas de la ciudad iluminada, con la luna llena al fondo. Comenzamos a andar por la muralla, hacia el Este. Sólo unos farolillos rojos alumbran pobremente nuestro camino. Pasa gente casi invisible, algunos en bicicleta. Como a un kilómetro encontramos una escalera de bajadaque nos deja en la zona del museo de las estelas. Cenamos en un Pizza Hut de la avenida Norte-Sur, Al salir me siento casi enfermo. Agotado, congestionado, febril. Volvemos andando al hotel, miramos el correo electrónico, me tomo una aspirina y a dormir.
Despertamos a las seis de la mañana para llegar pronto al aeropuerto. Nos espera una chica taxista –según Alfonso, la amante de la Comisaria Política. Ella es supereficiente, llegamos al aeródromo en media hora. El amanecer es muy pintoresco, con tonos dorados en las montañas y una neblina suave en el valle. Vuelo Lijiang-Kunming. Leo una “Historia breve de China” (Pedro Ceinos, Silex Editorial, 2006). Al llegar a Kunming, recogemos enseguida las maletas y tenemos casi tres horas hasta la hora de embarque, pero no nos dejan facturar todavía y perdemos la posibilidad de bajar a echar una ojeada a la ciudad, que parece atractiva. Tres horas aburridas, de interminable megafonía robotizada y vuelo Kunming-Xi’an. Al llegar a nuestro destino, nos dirigimos al mostrador del bus que lleva del aeropuerto a la ciudad. El bus resulta ser una berlina de lujo (un Buick americano). Nos cuesta lo mismo que un taxi a Barajas, con la diferencia de que aquí hay 40 kms. desde el aeropuerto hasta el centro. Nos deposita en el hotel Renmin Sofitel. Lujazo oriental y de diseño. Al entrar en nuestra habitación, Alfonso dice sentirse como Madonna en plena gira de la Ambición Rubia. Salimos a dar un paseo por la ciudad. Es una ciudad muy antigua, que durante siglos fue capital imperial y conserva la muralla y el trazado urbano de la época Ming. Pero encima han construído hoteles, oficinas, centros comerciales. Todo nuevo, reluciente. De la ciudad vieja quedan las murallas, las torres del Tambor y de la Campana y el barrio musulmán, centro del turisteo y mercadillo máximo para españoles ávidos de gangas. Estamos demasiado cansados para andar buscando, así que cenamos auténtica comida china en un McDonnald’s.
05/11/2006
Desayunamos en la habitación del hotel. Café y unos bollos que compramos ayer en una pastelería. Es un día soleado, pero en la calle hace frío. Casi no hay gente, es domingo y se vé que no madrugan. Nos acercamos primero al barrio musulmán para ver la mezquita. Es muy antigua y curiosa, parece un templo chino más, con su estructura de patios ajardinados y pabellones consecutivos. La decoración contiene inscripciones en ideogramas chinos junto a textos del Corán en árabe. Al llegar al penúltimo patio vemos una genuina reunión de musulmanes chinos: Están sentados en mesas, charlando y bebiendo té, a nuestra izquierda los hombres y a la derecha, las mujeres, tocadas con un discreto velo. Me llama la atención la edad de los fieles, viejos o niños en su gran mayoría. Tras el último patio está la mezquita propiamente dicha, pero allí no dejan pasar al turista. Esto resulta un pelín fanático comparado con la liberalidad de los otros templos chinos, sean budistas, taoístas o lo que sea. Salimos de la mezquita y del barrio musulmán, atravesando una zona de carnicerías donde se exhiben obscenas imágenes de reses muertas y sus órganos internos, pilas de hígados resecos. Tomamos café junto a la muralla, en un sitio que parece un bar de carretera de Motilla del Palancar. Fuera, unos chicos practican kung fu o algo similar. Llegamos a un barrio de casas bajitas, modernas pero siguiendo fielmente el modelo tradicional. Hay tiendas de antigüedades y de recuerdos, pero sobre todo de material de pintura y escritura: Venden pinceles, tintas, papel de diversas calidades, caligrafías, grabados y dibujos. Mao y Mona Lisa. Lao Tse y la típica superposición de héroes del socialismo: Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao otra vez. En las cercanías, una academia de Bellas Artes y el museo del Bosque de Estelas, a donde nos dirigimos. Contiene estelas de piedra labrada de diferentes épocas, con caligrafías, poemas, dibujos... La caligrafía china es un texto y, al mismo tiempo, un poema visual. No es fácil de asimilar para quienes tenemos el alfabeto grabado a fuego en la mente. Se exhibe también una curiosidad histórica: Una estela grabada por cristianos nestorianos en el siglo VIII. En una de las salas, empleados del museo sacan reproducciones al calco de las piedras, que luego venden en la tienda. Compramos unas bolas de cristal con dibujitos para los sobrinos. Café en un Haagen Dazs modernísimo y visita a la pagoda de la Pequeña Oca, que fue famosa por albergar importantes escrituras budistas. Ahora está medio en ruinas, en medio de un parque muy agradable. Desde allí vamos andando hacia un templo budista que recomienda la guía pero no llegamos a encontrar. Pasamos por una zona universitaria, con grandes construcciones y anchas avenidas. Algunos edificios recientes son de arquitectura delirante, mezcla de orden jónico y tejadillos chinos, Vitrubio y Lao Tse. Reunión de chicos y chicas modernitos, al salir de clase. El templo sigue oculto, así que nos metemos al siguiente museo, el de Historia de la provincia de Shaanxi. Una impresionante colección de bronces, cerámicas, pinturas de todas las dinastías. Algunos mapas ilustran la ruta de la seda que conectaba la antigua Xi’an (Chang’an) con el Mediterráneo a través de estepas y oasis. Salimos del museo y nos encaminamos a la pagoda de la Gran Oca. Atravesamos una plaza o parque con jardines y centros comerciales. En una esquina están haciendo promoción de un nuevo coche de General Motors: Hay una especie de karaoke danzante, la gente se sube al escenario y baila al ritmo desenfrenado del discopop chino. Algunos llevan preparada su coreografía. La plaza está llena de gente endomingada esperando que se pongan en marcha unas fuentes monumentales, parece que muy divertidas. Esperamos un rato, pero aquello va para largo, así que pasamos de las fuentes y nos metemos en el recinto de la pagoda. Muy grande y hermosa. Es un templo budista muy animado. Por megafonía se oyen salmos tántricos (Om Mani Padme Hum) y luego la sinfonía nº 40 de Mozart. Taxi al hotel. Ponemos la tele, BBC World, y nos enteramos de la condena a muerte de Sadam Huseín. Probamos otras cadenas: CNN y TV5 insisten en lo de Irak. En la RAI, el programa “Cristianitá” ofrece un animado debate sobre nuevas canonizaciones, presentado por una monja seglar con cara de mala persona. En TVE Internacional, Punset nos pone al corriente de lo último en nanotecnología. Después, crónica rosa con noticias de Concha Velasco. Salimos a cenar. Nos cuesta bastante encontrar el restaurante que recomienda la guía, porque está en el primer piso del edificio de un hotel. Es un salón grandísimo, como de bodas y bautizos. Y un poco sospechoso, parece el lugar perfecto para una cita entre Deng Xiaoping y la viuda de Mao. Elegimos un menú completo para dos personas (10 euros cada uno). Todo muy rico, pero extraño: Nos ponen huesos de albaricoque (Alfonso dice que en su pueblo eso se come y lo llaman chochodul), pastelillos de hongos y de judías pintas, verduras desconocidas...
06/11/2006
Hemos concertado un citytour para ir a ver a los famosos guerreros, que están lejos de la ciudad. 35 euros por cabeza con trasnporte, visitas y almuerzo incluídos. A las 9 se presenta la guia china en el hotel y subimos al minibus. Los otros pasajeros son un par de matrimonios anglosajones muy mayores, un chico de Nueva York con cara de mariquita mala, una pareja (hétero) de islandeses muy monos y unas chicas danesas postadolescentes. La primera visita es para nosotros una repetición: la pagoda de la Gran Oca. Damos una vuelta y nos sentamos a tomar un Nescafé. La guía nos avisa de que en uno de los pabellones reparten unas tarjetas gratuitas con un esquema de las dinastías chinas, muy útil para seguir el desarrollo de la visita desde el punto de vista histórico. Es una trampa: Lo que hay dentro es una tienda con 200 chinos intentando vendernos algo. Desde ese momento vemos clarísimas las intenciones de nuestra amable guía, y a lo largo de la jornada intentará siempre colarnos la compra compulsiva. Seguimos viaje en el minibús, saliendo de la ciudad por grandes autopistas con rascacielos interminables. En el horizonte se perfila el inconfundible perfil de una central eléctrica -¿nuclear, tal vez?- con su penacho de humo blanco coronándola. Justo enfrente, nuestra segunda visita. Se supone que vamos a aprender el arte de la terracota en el mejor taller de reproducciones a escala, oficialmente ga-ran-ti-za-das, de los guerreros de terracota de Xi’an. En realidad es otra tienda, un gran almacén de souvenirs y muebles. Todo carísimo y muy kitsch. Otra vez en la carretera, rumbo al palacio de invierno del emperador Fulanito y su concubina Periquita. Un conjunto muy ajardinado de edificios (reconstrucciones) con piscinas y termas originales en su interior. Es como la Marina D’Or de la dinastía Tang. Por un yuan adicional (0,10 céntimos de euro) puedes lavarte las manos con agua caliente del manantial. Autobús y a comer, en un sitio de carretera que además es... otra tienda!. Nos sentamos en una mesa redonda con los escandinavos, el americano y unas australianas con pinta de pareja bollo. Yo estoy de mal humor, me duele una muela y no tengo ninguna intención de hacer el ridículo chapurreando inglés, así que hago el ridículo callándome y quedando como un perfecto antipático. Pues mira tu lo que me importa. Por fin, a eso de las dos de la tarde llegamos al complejo arqueológico de los guerreros. La guía nos anuncia el programa de la visita: Hangar nº 1 (el más grande, el que sale en todas las fotos de los dominicales). Después una interesante película sobre el primer emperador, Qinshihuangti, cuyo túmulo mortuorio guardan los 6.000 guerreros de barro. Además, podremos conocer en persona al anciano campesino que descubrió la tumba en 1974. Si queda tiempo, nos dará libre para ver los pabellones 2 y 3. A las cuatro y media tendremos que estar de vuelta en el minibús. Entramos un ratito al pabellón 1, atestado de gente en la parte frontal, lo justo para echar una ojeada y hacer la típica foto. Y cuando llegamos al cine, decidimos escaparnos del grupo y volver a ver mejor los guerreros. En la parte frontal está todo el mogollón de turistas, pero se puede caminar por los laterales y rodear todo el hangar. Hay todo tipo de figuras, algunas intactas, otras rotas o muy deterioradas. Después vemos los edificios 2 y 3, con piezas espectaculares exhibidas en vitrinas bien iluminadas. Como nos queda algo de tiempo, nos dirigimos al cine a ver la famosa película. Pues bien, el edificio del cine alberga un pequeño cine panorámico –con una especie de proyección en 360º, caspavisión y cutrelux- y, como no, una gran tienda de souvenirs. El anciano descubridor firma el libro oficial de la exposición que, editado en todos los idiomas, se puede adquirir a precio de incunable. Regresamos a Xi’an. Le pedimos a la guía que nos deje cerca de alguna de los puntos de acceso a la muralla de la ciudad. Nos asegura que junto a la puerta Este se encuentra uno de estos puntos. Allí nos bajamos, descubriendo sin embargo que nos ha mentido como una bellaca: La única entrada a la muralla se encuentra situada en la puerta Sur. Los taxis son muy baratos, así que hacemos uso de uno para acercarnos al hotel a por algo de abrigo –empieza a refrescar- y de otro para llegar a la puerta meridional. Ya es de noche cuando llegamos y subimos a lo alto del fortín que domina la puerta. Vistas de la ciudad iluminada, con la luna llena al fondo. Comenzamos a andar por la muralla, hacia el Este. Sólo unos farolillos rojos alumbran pobremente nuestro camino. Pasa gente casi invisible, algunos en bicicleta. Como a un kilómetro encontramos una escalera de bajadaque nos deja en la zona del museo de las estelas. Cenamos en un Pizza Hut de la avenida Norte-Sur, Al salir me siento casi enfermo. Agotado, congestionado, febril. Volvemos andando al hotel, miramos el correo electrónico, me tomo una aspirina y a dormir.
3 comentarios:
Hola Alfredo, es la primera vez que entro en tu blog.
Acostumbro a viajar bastante pero sobre china me han contado cosas tan diversas que nunca me he decidido a realizar ese viaje, despues de leer el tuyo, quizás me decida.
Gracias y un saludo
me cuesta ver a Alfonso como madonna en pleno ambitiontour, me cuesta ;)
Bienvenido, Hermes, y en lo referente a viajes, mejor no te fíes de nadie: cada cual lo contamos según nos fue en la fiesta.
Pues no sé por qué, jm, al fin y al cabo Alfonso es rubio natural!
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