16 abril 2007

Kenia - Diario de viaje (I)


30 de marzo. Salgo de trabajar a las tres. Metro y autobús hasta la T4. Facturamos, como tres sandwiches de Rodilla y vuelo a Bruselas. Breve parada en el hotel Floris Avenue (pequeño y no muy caro, pero bonito y confortable) para dejar los bultos, y cena para seis en Chez León. Nos ponemos ciegos a base de mejillones, patatas fritas y cerveza Grimberger. Tomamos nuestra primera dosis de Malarone, medicamento preventivo de la malaria que nos han recomendado en Sanidad.

31 de marzo. Madrugamos. Vamos andando desde el hotel hasta la estación Central, atravesando la Grand Place, que a esas horas está semi-desierta. Tren al aeropuerto. Ya somos ocho y embarcamos. Largas horas de vuelo, con escala en Kigali (Ruanda) sin bajarnos del avión. Llegada a Nairobi, control de pasaportes, recogida de equipajes. A la salida nos esperan los que van a ser nuestros guías y conductores de las furgonetas en las que haremos el recorrido: Jorge y Simón. En realidad no se llaman así, han castellanizado sus nombres para sus clientes hispanos, entre los que –parece ser- se encuentra Pocholo Martinez-Bordiú (¡!). Hablan español bastante bien, dicen que aprendieron en el colegio. Nos dejan en el hotel The Stanley, una reconstrucción moderna de aquél en el que se alojaba Hemingway. Unas cervezas Tusker de última hora con el Malarone y a la piltra.

1 de abril. Desayuno ligero y viaje en furgoneta –una especie de Nissan Vanette tuneada- hasta el parque nacional del Monte Kenia. Clima agradable, suburbios, carreteras llenas de gente, mucha actividad. Simón nos hace un breve resumen de la actualidad político-social: Parece ser que el gobierno del presidente Kibaki es la pera: Carreteras nuevecitas, disminuye la corrupción, la paz y la armonía reinan entre tribus, etnias y confesiones religiosas... En Kenia, hakuna matata (ningún problema). Poco antes de llegar a nuestro destino el paisaje se hace selvático, muy frondoso, verde y espeso. Nuestro hotel está emplazado en medio de ese bosque tropical. Comida y paseo por la selva con guía y guarda de seguridad armado hasta las cejas. El guía se llama Vincent, es un hombre ya mayor que habla en un inglés pausado y rimbombante, como escuchándose a si mismo. Se enrolla muchísimo y tarda horas en explicar cualquier nimiedad, pero el paseo resulta divertido y el entorno es precioso. Nos dan de merendar té o café con bizcochos en un claro del bosque, mientras nos cuenta el origen del nombre del país: Cuando los primeros exploradores británicos llegaron a la zona, preguntaron a los nativos cómo se llamaba ese monte tan alto y nevado (es el segundo más alto de África, después del Kilimanjaro). Los lugareños contestaron “Kii-Nya” (pronunciado Kiña), es decir, “el monte de las avestruces”. Cuando los ingleses dividieron su colonia (British East Africa) en varios países independientes, dieron a éste el nombre del monte con grafía anglosajona: Kenya. En swahili las vocales se pronuncian a la española, así que los kenianos llaman ahora a su propio país algo que se pronuncia como “Keña”. Regresamos al hotel. Nuestras habitaciones dan a una gran charca que sirve de abrevadero a multitud de animales salvajes. Mientras descansamos o tomamos unas cervezas en la terraza vemos llegar búfalos, antílopes, mangostas y los horrendos marabús. Pena de pájaro, quién diría que el glamour de la Dietrich y de tantas otras se apoyaba en las plumas de este bicho repelente y carroñero. Cena temprana e infusión en la terraza, viendo salir la luna llena, enorme.

2 comentarios:

El Castor dijo...

Muy interesante. Tienes mi permiso para alargarte mucho más, para no resumir tanto. Un viaje estupendo.
Saludos.

Alfredo dijo...

No sabes lo que dices, Castor. Como no resuma un poco, tenemos diario de Kenia hasta el año que viene!