Martes 12 de junio. Alfonso recupera su móvil. Lo tenía el guarda de seguridad del hotel. Lo había encontrado la víspera y no había dicho nada en Recepción (esperando probablemente que su dueño no advirtiera la pérdida y poder llamar así repetidas veces a su primo el de Melbourne). En coche hasta Nazaret. Breve visita a la iglesia de la Anunciación. De construcción moderna, por fuera tiene un pase, pero por dentro es horrenda, llena de imágenes de la Virgen obra del afamado Maestro del Payasete Que Llora. Leo en la wikipedia que fue consagrada en 1964 por Pablo VI. Realmente, qué bajo ha caido el nivel estético de la Iglesia Católica tras el Vaticano II...
Seguimos hacia Jerusalén. No vamos por la autopista de la costa, sino por una carretera que sigue el valle del Jordán. Esto quiere decir que atravesamos todo el tiempo territorio de Cisjordania. Nos han advertido en el hotel que ni se nos ocurra salirnos de esa carretera para internarnos en alguna de las ciudades de la Palestina ocupada. Los niños tiran piedras a los coches con matrícula amarilla israelí. Qué ricos. Comemos en un McDonnald’s de gasolinera. La simpática empleada pone su mejor sonrisa picarona cuando nos pregunta si queremos queso en nuestro quarterpounder. ¿Incitándonos al pecado?.
Parada en las ruinas de la antigua Beit She’an o Escitópolis. De inmemorial fundación, alcanzó su esplendor durante el periodo helenístico, formando parte –con Damasco, Gerasa y Filadelfia (la moderna Ammán)- del grupo de ciudades de la Decápolis. Para los griegos había sido el refugio infantil de Dionisos, patrón de la ciudad. A despecho del dios, nos hacemos con botellas de agua de litro y medio y recorremos la ciudad bajo un sol quemante e ardente.
Visita muy recomendable por el valor de los restos arqueológicos, pero también por la situación y el paisaje –al pie de una colina o tel formada por los residuos de todas las civilizaciones allí asentadas. Tanta acumulación de diferentes culturas –egipcios, mesopotámicos, griegos y romanos, bizantinos y árabes, cruzados, turcos, británicos y hebreos- nos sugiere algunas cuestiones: ¿De quién son estas tierras del Próximo Oriente?. ¿De su último conquistador?. ¿Y por cuanto tiempo lo serán?.
Llegamos a Jerusalén sobre las cinco. Nuestro hotel es grande, moderno y está situado fuera de la ciudad vieja, pero no muy lejos de la muralla otomana. Cientos de peregrinos latinoamericanos en el lobby y la cafetería. Al atardecer, damos un paseo introductorio. Pasamos por delante del YMCA –un precioso edificio art decó- y tomamos unas cervezas en la terraza del Hotel Rey David, de triste recuerdo por el penoso atentado de 1946 contra la administración británica. Espléndidas vistas sobre los barrios antiguos, relucientes a la luz de la tarde. Continuamos el recorrido hasta la puerta de Jafa y desde allí nos volvemos al hotel. Cenamos allí mismo, un bocadillo en la cafetería.
2 comentarios:
Tienes razón en cuanto al gusto de la iglesia, solo hay que ver el interior de la Catedral de La Almudena para darse cuenta de que ya no hay curas a los que les guste el arte.
pues si, Argo, la Almudena es un buen ejemplo. Pero yo creo que sigue habiendo curas con cierto gusto, lo que pasa es que las jerarquías de la Iglesia se han aposentado en las estéticas más rancias. Y prefieren un mal artista de reconocida militancia católica a uno bueno pero de dudosa ortodoxia religiosa.
Publicar un comentario