Jueves 21 de junio. Después de un energético desayuno (quesos, aceitunas, higos secos, bollería surtida) salimos en nuestro birricoche en dirección a Karak: Imponente fortaleza en lo alto de un promontorio, construida por los cruzados del Reino de Jerusalén para vigilar y defender un importante cruce de caminos en la principal ruta comercial del antiguo Oriente Medio. Su dueño más famoso era especialmente cruel y fue ajusticiado personalmente por Saladino en castigo a sus crímenes. Hoy en día no es más que una ruina, con partes bien conservadas, alguna reconstrucción y un interesante museo. No debería impresionarnos -como españoles estamos acostumbrados a ver castillos medievales-, pero su emplazamiento y dimensiones son tremendos y merece la pena detenerse aquí un par de horas.
Seguimos viaje por la “Carretera del Rey”. En varias ocasiones pensamos que nos hemos perdido, pero no: Es difícil perderse en un país con tan pocas carreteras. El camino sube y baja, atraviesa paisajes extraterrestres y luego desciende abruptamente hacia las llanuras del Mar Muerto. Llegamos a Madaba a la hora de comer. Madaba es –me cuenta Alfonso, experto en el tema desde sus años de estudiante de arqueología- la capital del mosaico tardo-romano. Y además de eso es una ciudad bastante fea y caótica, con una importante comunidad cristiana (el 4% de los jordanos profesa esta religión).
Localizamos el centro de información turística y aparcamos allí. Nos dan un plano con los sitios dignos de visitar. Entramos a comer en un restaurante contiguo –claramente orientado al turismo de grupos- que se llama “El Cardo”, así en español. Cutre y caro, pero tenemos hambre y es ya tarde para ponerse a buscar otro sitio. Después de malcomer visitamos la iglesia de San Jorge. Es una construcción moderna levantada sobre el solar de otras anteriores. Pero alberga una joya: El suelo está decorado con un mosaico del siglo VI que representa el mapa de Oriente Próximo en tiempos de Bizancio. Es fácil reconocer algunos puntos, como Jerusalén, el Mar Muerto o el delta del Nilo.
Visitamos después el parque arqueológico, con los hermosos mosaicos de villa de Hipólito y la adjunta iglesia de Santa María, curiosos porque se superponen la tradición cristiana y los antiguos mitos paganos. Desgraciadamente apenas se pueden ver, ya que están cubiertos por una espesa capa de polvo. El estado de conservación es lamentable y las instalaciones del museo casi abandonadas. Yo de mayor quiero ser empleado de algún museo de Jordania (vacaciones todo el año). Un poco más lejos, la iglesia de los Apóstoles, con el mismo problema de pésima exposición. Un detalle curioso: El centro del ornamentado pavimento no es una imagen de Cristo ni de ninguno de sus santos apóstoles, sino la representación de Thalassa, el mar.
Volvemos a la carretera. Nuestra siguiente parada es en lo alto del monte Nebo, donde se supone que Moisés (nos persigue) alcanzó a ver la Tierra Prometida antes de morir. Los bizantinos construyeron en lo alto del monte una iglesia conmemorativa y, muchos años después, los franciscanos compraron la finca, hicieron excavaciones y sacaron a la luz y restauraron los restos. Todo limpio como una patena y admirablemente conservado. Las vistas son bíblicas, aunque las estropea un horrible crucifijo alien gigante, que inauguró Juan Pablo II (tequieretodoelmundo) en uno de sus viajes.
Bajamos luego por la carretera que conduce al Mar Muerto, con tremendos desniveles y curvas aterradoras. Vemos campamentos de beduinos, controles del ejécito y de la policía. Y entramos en el área hotelera del Mar Muerto, un paraíso completamente artificial para el deleite de los jordanos ricos y de todo el demi-monde internacional. Nuestro hotel es de la misma cadena helvética mencionada en Petra. En recepción tardan una hora en atendernos, porque se celebra esa noche una boda de jordanos ostentosamente millonarios. Mohamed y Alia se casan y para celebrarlo se han traído a toda su tribu: Mujeres teñidas de rubio platino, enfundadas en imposibles trajes rojos de arriesgado escote. Agresivos jóvenes equipados con móviles de última generación. El abuelo poderoso que todo lo organiza. Las primas islamistas (pobres) con pañuelo a la cabeza y gabardinas hasta el tobillo. El lobby del hotel es un circo de varias pistas.
Conseguimos nuestra habitación. Una rápida ducha y salimos a descubrir las piscinas panorámicas sobre el Mar Muerto, el spa, la playa privada. Lujazo y poderío. Observamos que en la piscina principal se exhiben descaradamente esculturales chicos de alquiler, jóvenes gigolós a la caza de señoras y/o caballeros solventes. Tras una puesta de sol kodakcolor cenamos en el restaurante chino “Chopsticks”, carísimo pero con vino blanco jordano unlimited. Todo mu rico. Pedo.