Miércoles 20 de junio. Segundo día en Petra. Por una vez nos levantamos bastante tarde y creo que somos los últimos en el bufé del desayuno. Después continuamos nuestra visita al recinto histórico, que es mucho más grande que lo que a primera vista parece. Recorremos deprisa lo ya visto –aunque nos sigue sorprendiendo, pues la luz de la mañana confiere un tono diferente a cada rincón del desfiladero o “Siq” que da acceso al conjunto histórico. Tras las “tumbas de los reyes” se extiende la ciudad romana. El mercado, las termas, varios templos se alinean en torno a una calle principal porticada, con su calzada original perfectamente conservada. La calle termina en las ruinas de un curioso arco triunfal y, más allá, un templo enorme y rarísimo consagrado a una deidad local. Precisamente este lugar de culto parece haber sido el origen de toda la ciudad: Un santuario en un lugar escondido y favorito de los nabateos.
Descansamos tomando café en la terraza de un restaurante turístico junto al pequeño museo arqueológico. Allí empieza la senda que conduce al “Monasterio” y pulula una multitud de niños ofreciendo los servicios de un burro para subir a dicho monumento. Llegan a resultar pesados. Cuando ya nos han intentado vender todo un ejército de Plateros, se acerca un tierno infante de seis o siete años a ofrecernos su burrito con voz angelical: “Donkey to Monastery, one dinar, sir!”. Alfonso hiperreacciona: “Read my lips: I said NO!!”. Y el pobre niñito sale corriendo, asustadísimo.
Comenzamos a pasear por la empinada cuesta. El camino pronto se convierte en una tremenda escalinata de penoso ascenso. Alfonso recuerda que se trata –ni más ni menos- del escenario del crimen en la novela de Agatha Christie “Cita con la Muerte”. En cualquier caso, después de nuestra experiencia en el Sinaí no hay monte ni precipicio que se nos resista. A los 45 minutos de subida vemos a lo lejos la terraza de un bar. Nos acercamos con la intención de comprar una botella de agua fría y descansar un rato antes de continuar. Pero al darnos la vuelta descubrimos que ya hemos llegado: A nuestra derecha, tras un recodo del camino y justo frente al bar, se levanta la misteriosa construcción, otra tumba excavada en la roca y similar al Tesoro, solo que más grande. Un pequeño refrigerio en la umbría terraza del bar y volvemos a bajar. Hotel. Siesta.
Por la noche tenemos entradas para el espectáculo “Petra by Night”. A las ocho en punto estamos en la puerta del Visitors Center. Apuntamos nuestros nombres en la lista de participantes: Somos muy pocos y nosotros, los únicos españoles. Pero poco después aparece un grupo de 30 españoles (!). El guía es un beduino vejete y pintoresco que habla un inglés no menos peculiar. Nos informa de las normas a seguir durante el recorrido: Silencio absoluto mientras se camina en hilera por el “Siq”, no tomar fotos con flash, etc... Yo me imagino al grupo ibérico entonando cantos regionales.
Empezamos a andar por el camino, débilmente iluminado con cirios protegidos dentro de saquitos de papel. Para mi sorpresa, mientras que mis paisanos se portan con toda corrección, es una británica culogordo la que monta el pollo, hablando a gritos con una amiga y riéndose todo el tiempo. Ya dentro del Siq, parece que se corta un poco, pero entonces empieza el concierto de flashes, cincuenta turistas de todas las nacionalidades tomando fotos sin parar. El paseo es, no obstante, espectacular. Sobre nuestras cabezas, la rendija de cielo nocturno que permite ver el desfiladero presenta una preciosa vista de la Luna en cuarto creciente y la Osa Mayor. A ambos lados, paredes de roca que se elevan interminables.
Llegamos a la explanada que se abre ante el Tesoro. El suelo está tapizado con farolillos que no consiguen iluminar el monumento. Tan sólo se intuye su presencia al fondo. Nos sentamos todos en unas alfombras dispuestas en el suelo. Suena una musiquilla de flauta, al principio sugestiva –pero pronto se hace repetitiva y absurda. Pasa un hombre repartiendo té moruno en vasos de plástico. Nueva orgía de flashes. Un pequeño speech del guía beduino sobre las costumbres del lugar cierra un espectáculo decepcionante. Pero ésto no consigue empañar la emoción producida por un entorno estremecedor.
Vuelta al hotel, cerveza en la terraza de la azotea y a dormir.
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