21 agosto 2007

Oriente Medio - Diario de Viaje (11)

Lunes 18 de junio. Agujetas en las piernas. Desayuno a las ocho en punto en el enorme (y desierto) comedor del hotel. Después visitamos el monasterio con Ahmed. El pobre tiene buena voluntad y una gran imaginación, pero no mucha idea del mundo bizantino. Toda su obsesión es mostrarnos la auténtica y genuina y verdaderamente certificada Zarza Ardiente 100% de Moisés. Según Ahmed y la tradición local, el arbusto en cuestión tiene 3.500 años. La historia empieza en realidad en el siglo IV de nuestra era: Santa Helena, de gira promocional por la región tras descubrir en Jerusalén la Vera Cruz, encuentra también la Zarza en donde se supone que sucedió lo de Moisés, construye una capillita en el lugar y trasplanta el vegetal a un patio contiguo.

Con el monopolio del poder por parte del cristianismo llegan las peregrinaciones y, en tiempos del emperador Justiniano (527), se construye el monasterio propiamente dicho y la iglesia de la Transfiguración. Aislada del mundo en su desierto, la comunidad monacal vive al margen de rebeliones heréticas como la de los iconoclastas y su consiguiente represión (lo que le ha permitido conservar la mejor colección mundial de iconos primitivos). Se dice que el propio Mahoma se refugió en el monasterio huyendo de sus enemigos y concedió a cambio a los monjes un salvoconducto que todavía se conserva, escrito del puño y letra del Profeta. Pudo ser ésta precisamente la razón por la que las sucesivas autoridades islámicas que dominaron la zona a partir del siglo VII respetaron siempre la independencia del cenobio.

Alrededor del año 800, unos monjes salen a pasear por el campo y se tropiezan con dos ángeles que les señalan amablemente el lugar donde reposan –desde hace la intemerata de años- los restos mortales de Santa Catalina de Alejandría, una martir de lo más conveniente por su veneración local y su popularidad universal. Así que llegan más peregrinos y la fama de Santa Catalina eclipsa un poco a la misma Zarza mosaica. La historia se mezcla con la leyenda, las religiones se solapan, el sol del desierto deslumbra la mirada y oscurece la razón.

La iglesia es magnífica y recargada, lujosas lámparas cuelgan de un techo con pinturas que representan el firmamento con todos sus astros. Lástima que, tras el suntuoso iconostasio, unos andamios ocultan el mosaico del ábside y nos impiden contemplarlo. Después de ver la famosa zarza (¿qué tiene la zarzamora / que a todas horas / llora que llora / por los rincones?), Ahmed parece no tener la menor intención de visitar el pequeño museo del monasterio. Nosotros insistimos y entramos a verlo: Nada más esta exposición justificaría el viaje hasta un lugar tan lejano, porque alberga algunos de los mejores y más antiguos iconos bizantinos. Al salir del monasterio subimos por una loma para contemplarlo desde arriba. Al fondo, la población local se gana unos eurillos paseando turistas rusos en camello.

Montamos de nuevo en el Toyota de Suleimán (nos dice Ahmed que le llaman “el Schumacher del desierto”, y no es para menos). Después de unos kilómetros se sale de la carretera y, desierto a través, nos dirigimos hacia el “Cañón Blanco”. Según parece, se trata de la típica excursión de relleno para completar el día: Un paseo facilito por un cañón natural que atraviesa la llanura y llega al oasis del Ojo Verde (Ein Judra), donde nos espera un agradable refrigerio. Llegamos al sitio donde empieza la caminata, nos apeamos del coche y Suleimán se larga con viento fresco.

De modo que estamos solos, en medio del desierto, y me enfrento al reto de bajar un abismo como de 10 metros por una pared casi vertical y agarrado a una cuerda. Vértigo máximo y total. Es cierto que al final del precipicio existe una escalerilla que hace las cosas más fáciles, es cierto que Ahmed nos dice en todo momento dónde hay que apoyar pies y manos para no caer, es cierto que una vez iniciado el descenso descubro que aquello es como deslizarse por un tobogán... con la diferencia de que las paredes son de áspera piedra rugosa, y cuando llego al fondo tengo brazos y codos completamente desollados.

Ahmed nos asegura que después de aquello han acabado los tramos difíciles en nuestro recorrido. En fin, comenzamos a andar por el dichoso cañón. Muy bonito y tal, un estrecho pasadizo de piedra caliza muy blanca y reluciente. Al llegar a cierto punto hay que volver a hacer el cabra para bordear un nuevo precipicio. Llevo una botella grande de agua en la mano que me impide agarrarme a la pared, así que le doy un grito a Alfonso –que ya ha pasado el punto más peligroso- y le arrojo la botella. La pilla al vuelo pero en ese trance se le cae la cámara de vídeo, que salta de roca en roca y acaba descansando al borde mismo del barranco. Afortunadamente, Ahmed la recupera sin graves daños. Nuevo descenso en vertical y luego, rotos de cansancio, abrasados por el sol, unos dos kilómetros hasta llegar al oasis. Allí comemos en la tienda beduina de algún primo de Suleimán, un pic-nic semejante al del día anterior. Los primitos y primitas de Schumacher nos intentan (en vano) vender unas geodas bastante cutres.

Té moruno, sobremesa y otra vez al Toyota para un rally por el desierto a toda pastilla. Después de un rato largo trotando alegremente, subiendo y bajando dunas, salimos a la carretera y unas dos horas después estamos de nuevo en la frontera de Taba. Nos despedimos efusivamente de Ahmed y de Suleimán, lo cierto es que son buenos chicos y nos han tratado con auténtica simpatía. Esa noche dormiremos de nuevo en Eilat. Aprovechamos la tarde para pasear por la playa y hacer algunas compras en un centro comercial. Acabamos cenando en un restaurante “californiano de inspiración oriental” –según nos anuncia la pizpireta camarera. Es un chino, por más pijadas que se les ocurran. Eso si, superkosher: Allí no hay cerdo agridulce, ni gambas en fuente quemada. Pero la comida está muy buena y no sale demasiado caro.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Finalmente, y a pesar de lo detallado de sus descripciones, nosotras, sus fieles lectoras,no llegamos a tener claro si sucedio el milagro en Santa Catalina o no.

Seria mucho pedir un addendum?

Anónimo dijo...

...(continua)...y las fotos muy bonitas y todo eso. Pero todo desierto, desierto, desierto (y alguna iglesia, para no olvidarnos de la espiritualidad del viaje).No se nos puede ofrecer algo -aunque fuera poco- de los monumentos de Ahmed o de Suleiman?
Hasta aqui hay que sufrir el castigo eclesiastico?

Alfredo dijo...

El verdadero milagro, Liberata, es haber regresado con vida tras tan intensa peregrinación.

Y no saco las fotos de Ahmed y Suleiman porque me cerrarían el blog por contenidos pornográficos. Te baste saber que me sentí como Vilma Bankey en "El hijo del Caid":
http://www.sunrisesilents.com/Images_blogs/blog1_valentino.jpg

Vulcano Lover dijo...

En fin, yo opino lo mismo, que el relato se queda cojo sin fotos de Ahmed y de Suleiman... Alucinante todo lo del monasterio de santa catalina de alejandría... es uno de esos sitios que me gustaría conocer...
Besos

jm dijo...

super a favor de estos post que saltan de chueca a santa catalina, pasando por los iconoclastas (diosbendiga el wikipedia en español de espaÑa)

si no pones fotos de los dos tipos estos es para mantenernos en ascuas, confiesa!

bromas a parte: el conocer de primera mano este tipo de lugares donde la superposición de religiones, sectas, tiempos, cultos, ramificaciones más o menos autorizadas es espectacular...
que haya muerto gente por defender si se puede pintar a dios o a cristo o a sus santos tendría que ser dato suficiente que demostrase lo irracional de la(s) religión(es)

como antiguo estudiante de colegio de férrea disciplina religiosa estas cosas me siguen afectando (durante unos segundos, eso si)

Anónimo dijo...

Me limito a la imagen de los chicos que se arrojan al mar desde lo alto del farallon en Akko.The best image of our last summer.
Lo demas, son plegarias no atendidas.
Y me despido.

senses and nonsenses dijo...

me ha parecido fascinante esta parte del viaje, ...porque con tanto integrismo anterior me habías dado miedo. en esta aventura hay riesgo, peligro, belleza, y por lo visto, hasta sensualidad. un lugar increíble, por lo que nos muestras en las fotos.

de regreso, y poniéndome al día en la blogosfera.
un abrazo.

Alfredo dijo...

pues es verdad, Vulcano, una foto con nuestros guías hubiera estado bien. Sobre todo por Suleiman. No se me ocurrió. Besos.

¡arrepiéntete y confiesa tus pecados, jm!. Mínimo tres salves y un credo como penitencia por esos pecaminosos pensamientos que te adivino!

Y a ti, Liberata, te impongo la misma penitencia pero en ortodoxo, que seguro que es mas largo y cantado. Por cierto... Todo bien por tu casa? aquí tenemos los incendios de Grecia como cabecera del telediario!

Miedo? Yooo? Un abrazo, Senses!