20 de agosto: Excursión a los montes Troodos, donde hay una estación de esquí. En invierno, claro. A medida que subimos por estrechas carreteras el paisaje va mejorando. Arriba es boscoso y hace fresco. Comemos musaka y visitamos después el monasterio de Kykkou o Kykos. Es el más rico y el más famoso, por albergar un icono de la Virgen que dicen que pintó del natural San Lucas el evangelista. Aunque de fundación muy antigua (s. XI), ha sido reconstruído tantas veces que parece nuevecito. Es el centro espiritual del nacionalismo griego en Chipre. No hay que olvidar que aquí cada iglesia ortodoxa tiene dos banderas en su fachada –y sólo dos: Una es la de la iglesia ortodoxa, un águila bicéfala negra sobre fondo amarillo o dorado. Era la enseña de los bizantinos. La otra bandera es la azul y blanca de Grecia. No la de Chipre, sino la de Grecia. Es como si en las iglesias españolas figurase siempre una bandera del Vaticano y otra de Italia, por ejemplo. En fin, nacionalismos religiosos aparte, el monasterio es bonito y alberga una magnífica colección en su museo de arte bizantino. Sólo por ver este museo me hubiera merecido la pena venir a Chipre.
21 de agosto: Día tranquilo y relajado, al sol en la playa de Coral Bay. Por la tarde, se intala un grupito de niñatos chipriotas en la sombrilla contigua a la nuestra. El líder es un individuo insoportable de unos 20 años. Se vé que está forrao o que es el hijo consentido de algún jerarca local, porque todos le bailan el agua aunque se nota a la legua que no le soportan. No es que hable a gritos, es que rebuzna. Cuando sus amiguitos se escaquean, saca un móvil de alta gama y sigue tele-rebuznando. Como ya estamos quemados y socarrados, nos largamos. Esa noche cenamos en una terracita muy agradable junto al castillo de Limasol. Cocina local y camareros gais.
22 de agosto: Día tranquilo y relajado, etc, etc... sin salir del hotel. Playa y piscina, lectura y contemplación de chulazos exsoviéticos (la mayoría de los turistas del hotel proviene de la antigua URSS).
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