12 septiembre 2005

Vacaciones (V)



23 de agosto: Excursión a Lefkosia (Nicosia), capital del estado. De los dos estados, porque la ciudad quedó partida por la mitad tras la guerra del 74. Visitamos primero la zona sur (grecochipriota). Viniendo de Limasol, se entra por unos barrios muy modernos, con edificios de arquitectura ultimo grito (a veces último grito de terror) y comercios hipermegapijos. Aparcamos por allí y paseamos hacia el interior. El centro histórico está encerrado en un sistema poliédrico de fosos y muros que construyeron los venecianos en el siglo XVI para defender la plaza del ataque de los turcos. No tuvieron mucho éxito.
Tras esas murallas, se levanta una mezcolanza de construcciones modernas y poco afortunadas con algunos edificios interesantes en zonas claramente deprimidas o abandonadas. Cuenta Lawrence Durrell en su "Limones amargos" que el valor inmobiliario del metro cuadrado en el centro de Nicosia superaba el de Washington. Hablamos de mediados de los años cincuenta. Lo que vemos es el resultado de aquella especulación. Dominando el conjunto, el palacio del Arzobispo, con una enorme escultura de Makarios y un interesante museo de iconos bizantinos. Y al fondo de la calle principal, Ladria Street, topamos con el muro que separa los dos Chipres. Hay un mirador para asomarse –entre garitas, alambradas y sacos terreros- pero no dejan hacer fotos. A un lado del mirador, la oficina municipal de turismo, y al otro unas dependencias de la policía y una pequeña exposición sobre las maldades cometidas por los malvados turcos. Todo el montaje resulta claramente propagandístico, es como si el muro hubiera llegado a ser un atractivo turístico más de la ciudad. El caso es que nos entra un intenso deseo de pasar al otro lado. No hay ninguna indicación y nuestra guía no contempla esa posibilidad. Preguntamos en el cuartelillo y un amable policía nos indica. Hay que salir de las murallas y rodearlas hasta dar con el paso del Ladria Palace Hotel. Tras una corta caminata encontramos el lugar. Primero pasamos por un puesto de control grecochipriota. Ni nos miran. En la decoración, predominan el blanco y el azul de la bandera griega. Luego la calle discurre frente a un gran hotel abandonado: el Ladria Palace. Estamos en tierra de nadie, el espacio de separación establecido y vigilado por la ONU. Entre tanta desolación, destacan dos edificios antiguos pero restaurados y como nuevos: uno es la embajada de Grecia, el otro, ¡el Instituto Goethe!. Se han situado en una posición estratégica: así dan servicio a todo el que desee aprender alemán, sea greco o turcochipriota. Otros cien metros y llegamos al control fronterizo de la República Turca del Norte de Chipre. Aquí los colores de moda son el rojo y el blanco de la bandera turca. Ante la caseta del control espera una pequeña cola de turistas y junto a ella, una oficina de alquiler de automóviles. No hemos podido pasar con el nuestro porque según reza el contrato, el seguro no cubre en el "Chipre ocupado". Sin más problema que presentar nuestro pasaporte, pasamos al Chipre ocupado.
La primera impresión es que nos encontramos ante más de lo mismo: desorden urbano y feas construcciones de los años 60. Pero a medida que nos volvemos a internar en el casco antiguo, la cosa mejora. El Chipre turco no ha experimentado el extraordinario boom económico e inmobiliario del resto de la isla y, en consecuencia, se ha preservado mejor el conjunto histórico. Visitamos primero el Buyuk Han, un caravansaray o albergue para los comerciantes que recorrían la isla transportando mercancías a lomos de camello. Luego nos tropezamos de pronto con la mezquita Selimiye. Es impresionante, porque era la catedral católica de Santa Sofía. En el siglo XVI, los turcos le quitaron las imágenes y le añadieron dos altos minaretes que le dan, de lejos, un aspecto de enorme enchufe eléctrico. Es muy extraña la sensación: te descalzas en el pórtico y entras en lo que te parece una catedral gótica. Estás preparado para ver crucifijos, santos, capillitas y relicarios. En vez de eso te encuentras con un espacio diáfano, encalado y decoradas algunas paredes con versículos del Corán escritos en alfabeto árabe. Hay un alto atril para las predicaciones y las líneas de la moqueta rojiza se orientan hacia un mirhab que mira a la Meca. No sé si esto es choque de civilizaciones, pero desde luego es chocante. Después de la mezquita gótica, visitamos el Lapidario –un pequeño museo con restos de edificios ya derribados- y otra mezquita que fue la iglesia de Santa Catalina. Comemos en una terraza, en el Buyuk Han y nos damos cuenta de que nuestros euros valen aquí el doble que en el Chipre griego. Decidimos que hay mucho que ver y que merece la pena gastar un día entero en el Norte. Desandamos el camino y volvemos a pasar por el corredor fronterizo del Ladra Palace.
Ya en zona griega, visitamos el museo arqueológico, muy completo e interesante. Luego volvemos a Limasol, pasando por un par de pueblos. En Dali visitamos una capilla con frescos medievales. El viejo que nos la enseña nos señala un monte a lo lejos. Allí está el monasterio de Stavrovuni, fundado por Santa Helena –la madre del emperador Constantino- durante su tour mundial con la Vera Cruz a cuestas. Se supone que dejó aquí la cruz del Buen Ladrón, que había encontrado también en Tierra Santa. Que digo yo que en qué notaría Santa Helena que era la del Buen Ladrón y no la del malo. Fuera de bromas irreverentes, el ascenso al monasterio merece la pena, por el paisaje y por ver un poco el ambientillo de los monjes. Atención: ¡no está permitido el paso de mujeres, así que es como un club gay!

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