Comenzaba el nuevo curso (1974-75) y debía hacer una elección: Había 10 grupos distintos de COU según contuvieran asignaturas enfocadas a una u otra carrera universitaria. Yo no tenía nada claro este punto. Desde años atrás me gustaban la arquitectura y el mundo audiovisual, pero mi padre, que sufría una intensa vocación por la banca a raíz de su experiencia laboral, me aconsejaba Económicas, una carrera "con muchas salidas" y con "matemáticas sencillitas". Las mates, en efecto, se me daban fatal, grave defecto a la hora de estudiar un carrerón como Arquitectura. Lo del cine y la tele parecía un reducto para locos bohemios o enchufados de TVE. Así que tomé una decisión: Aplazaría cualquier decisión durante un año más, apuntándome ese curso en el COU más ambiguo, con asignaturas de Economía, Filosofía, Sociología e Historia Contemporánea. A largo plazo aquello fue un desastre, pues acabaría en la facultad de Ciencias Económicas sin saber lo que era una derivada. Pero ese curso de COU figura en mi recuerdo con letras doradas.
El caso es que en aquella clase nos habíamos juntado los elementos más infrecuentes del instituto. Había de todo: Desde el hijo pijísimo de un diplomático hasta un chico de clase obrera con carnet de la Joven Guardia Roja, pasando por el moderno bilingüe que había estado en Londres y había visto Jesucristo Superstar (el musical). Ya conocía a algunos de ellos, pero el verdadero descubrimiento sería un individuo que venía a clase en mi autobús. Alto, atlético, de extraños rasgos orientales –que no sé de dónde procedían, porque se apellidaba Pérez- era un tipo encantador con el que desde un primer momento conecté. Pertenecía a una familia numerosa de clase media y su padre era profesor universitario. Le encantaban el cine y la literatura. Para mi forma de pensar de aquel entonces, tenía dos defectos:
1.- Era rojo, muy rojo, comunista perdido; Yo, por el contrario, me debatía entre una tradición familiar claramente franquista y mis propias apreciaciones, como homosexual consciente que rechazaba los aspectos represores del Régimen y buscaba en el liberalismo una personal tabla de salvación. Y además estaba el misterioso pasado de mi padre como miembro del Partido en la clandestinidad de los años 50. Ya lo contaré más adelante.
2.- Era hétero, muy hétero, machirulo perdido. Se le caía la baba cuando miraba a las tías por la calle. Era puro sexo, pero no había nada que hacer con él.
Sin embargo, todo esto le confería un mayor atractivo. Fuimos amigos desde el primer día de clase y todavía hoy tengo contacto. Como nuestras casas no quedaban lejos una de la otra, todos los días volvíamos andando desde el instituto, con eternas discusiones sobre cualquier tema. Me convertí en un experto discutidor, hasta el punto de que podría ganarme la vida como tertuliano de la radio.
Tenía otros amigos. El más importante por su influencia en años posteriores sería sin duda JP. Bajito, reservado, inteligente, guapete, provenía de una familia extrañamente anticuada. Su padre, inválido, trabajaba en la ONCE y su madre era como una estampita de los años 40. JP hablaba a veces como una radionovela e imitaba con gran fidelidad a los locutores del No-Do: "...A continuación, el ministro y sus acompañantes pasaron al interior del recinto ferial, donde fueron cumplimentados por altas personalidades provinciales y locales..." Amaba el cine y fue con él con quien recuerdo haber visto casi todos los estrenos de aquella época.
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